El sol de noviembre todavía pica, con 15 minutos de insistencia. El aire, sin embargo, tiene el tono gélido y húmedo que adelanta el invierno. Ha estado lloviendo toda la noche. El fuerte viento arrastra al horizonte las nubes de tormenta que quedan.
—¡Agh! ¡Ayúdame! —grita Kin desde el suelo de mármol viejo.
La ola que intentaba fotografíar con el móvil casi le cae encima. Se ha resbalado en el retroceso. El smartphone está a salvo; su culo, mojado. Le tiendo la mano.
—¡Tontaaa! —grita de repente.
Tira de mi mano con violencia. Hago movimientos perdidos como el equilibrio, para no pisarle el cuerpo. Acabo tumbada boca abajo sobre una parte de charco más profunda.
—¡¡Serás pedazo de hijoputa, mira cómo me has puesto, ven aquí!!
De un salto estoy en pie, con el jersey empapado, persiguiendo a Kin por toda la terraza para darle una colleja. Huye riendo y chillando como un pekinés, hasta que se para jadeante a los pocos metros. Le atizó en el cogote.
—¡Ay! Es que de buena...—Soy tonta, ya sé.
—No, Lan; gilipollas, iba a decir.
—Oye, sin hacer sangre, que te doy otra colleja.—Vale, vale, vale —jadea.
Sonrío y respiro hondo, que también estoy asfixiada. Me saco el jersey empapado y lo dejo en la silla, al ventazo y al sol para que se seque. En su lugar, me pongo la chaqueta. Nos sentamos a una de las mesas que sigue en la terraza y pedimos café y té. Ya no es tiempo de los mojitos con yerbabuena.
—Entonces qué hago, Kin, ¿empiezo a usar maquillaje de Lady Gaga borracha para convertirme en el moderno Joker? —No, que Heath Ledger está muerto.—...—Que estás confundiendo el fondo con la forma y con la intención. No se trata de volverse malo, en el sentido de malo. ¿Entiendes la cosa?
—Tú y tus cosas —resoplo. El camarero nos deja las tazas en la mesa.
—A ver, lista, mira cómo te he puesto el jersey. Compórtate bien: ¿qué harías?
El viento silba y dispersa el humo de los líquidos. Sin pensarlo, cojo la taza de té, la bebida de Kin, y se la tiro al centro del pecho.
—Ahora tienes la misma macha que yo —sonrío. Kin se carcajea.
—¡Tienes razón! ¡Esa es mi chica! Y ahora sí que no tengo frío —se levanta y echa a andar hacia el interior de la cafetería.
—Voy a pedirme otra cosa de té de estas, Lan.