Revista Diario

Unidos

Publicado el 03 febrero 2012 por Karmenjt

Lo miraba de reojo, y le odiaba. Siempre lo habían hecho todo juntos, y nunca le había importado compartirlo todo con él, era su hermano, pero ahora, que observaba como ella le admiraba no podía evitar odiarlo.

De los dos su hermano había heredado los ojos almendrados y la sonrisa fascinadora de su madre, mientras que a él le había tocado la nariz ganchuda de su padre, pero hasta ahora no le había dado importancia porque nunca le había gustado ninguna chica y observaba los juegos y coqueteos de su hermano con discreción e indiferencia.

Hasta que llegó ella. Se llamaba Estrella y trabajaba en el hospital donde habían ido a hacerse unas pruebas, era tremendamente guapa, atenta y dulce, y siempre estaba sonriendo. Fascinado, la seguía con la mirada mientras ella trasteaba con los tubos y las jeringas, bromeando con ellos. Esa misma mañana mientras le sujetaba el brazo para extraerle sangre y buscaba esos ojos que le sonreían, sintió su corazón desbocado como si se le fuera a salir del pecho, se ruborizó pensando que ella debió notarlo a través de las pulsaciones, pero no podía contener su emoción.

Pero su hermano no podía evitar coquetear con ella, era una especie de competitividad extrema, siempre le tenía que demostrar que lo preferían a él. Anoche antes de dormirse se lo pidió, casi se lo rogó, que no la cortejara, que ni le hablara… y no le había hecho caso. Así que esa tarde se había negado a dirigirle la palabra, miraba obstinadamente la pantalla del televisor mientras se tomaba su cena e ignoraba su inacabable parloteo.

Un capricho de la naturaleza, es lo que les había dicho un médico cuando eran pequeños. Su madre los llevó a un famoso cirujano para que les ayudara, y lo único que recuerda de aquella visita era que mientras jugaban sentados en el suelo compartiendo la misma espalda, el doctor les miraba con una mezcla de admiración y miedo mientras repetía esa frase, no se puede hacer nada… es un capricho de la naturaleza.

La cirugía había avanzado mucho desde entonces pero ningún médico se atrevía, “compartís sacro, cóccix y parte del sistema digestivo, no sabemos si encontraremos más complicaciones una vez iniciada la separación, pero yo de vosotros lo pensaría muy seriamente, tenéis veinticuatro años y mucha vida por delante, podéis vivir todavía muchos años más…” vivir, aquello no era vivir, se lo hubiera gritado aquella mañana al médico que tan amable y académicamente les había estado estudiando desde hacía semanas, pero su hermano se le adelantó “nos lo imaginábamos doctor, pero teníamos que intentarlo, no se preocupe, hemos aprendido a ser felices así, verdad?” y le miraba sonriendo, siempre tan encantador y optimista.

Recordaba la historia de Chang y Eng, la descubrió un día navegando por Internet y no pudo evitar sentir empatía por Eng, que estuvo tres horas unido a su hermano muerto hasta que le sobrevino su propia muerte, algunos dicen que de miedo. Durante muchas noches se despertó sobresaltado y solo se tranquilizaba cuando su corazón se calmaba y sentía los latidos de su hermano a través de su cuerpo.

Ahora, tumbado en la cama pegado a él, oía su respiración profunda y relajada, y esperaba. Hacía semanas que no se tomaba la pastilla para dormir que les habían recetado años atrás, cuando ya les era imposible dormir de un tirón toda la noche por la incomodidad de no poder moverse.

Abrió el cajón de su mesilla con cuidado de no despertar a su hermano, y mientras tragaba todas las pastillas que había conseguido esconder pensó que le gustaría soñar por última vez que corría, como cuando se dormía de pequeño, solo y libre.

Cerró los ojos, se acordó de Estrella y sonrió.

 


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