¿Quién recibe el trozo más grande del pastel? Por supuesto, yo.
Vivimos en nuestro pequeño gran mundo individual, en el que nosotros somos el epicentro. En esta microrrealidad personal, a diario nos enerva el panadero que tarda en envolvernos el pan, los cinco minutos de retraso que lleva el autobús nos eleva la tensión a doscientos, tragamos saliva y chasqueamos con la lengua cuando alguien no se aparta a nuestro paso por la calle, y no te cuento el color rojo tomate que inunda nuestra cara cuando el tapicero se equivoca trayendo el sofá de un tono distinto del que le habíamos pedido. Nuestro mayor problema es si la batería del iPhone durará todo el día. Subimos una foto a Facebook o a Instagram esperando despertar reacciones, creyendo ser el protagonista de la jornada de cada espectador, engordando la suma de "me gusta" nuestro ego. El deseo de aceptación o atención social está reconocido como uno de los más potentes reforzadores de conductas inadaptadas, problemáticas o incluso patológicas. Algunos encuentran en este tipo de actividades su mayor y más potente fuente de motivación diaria. Otros incluso depositan en ella su nivel de autoestima. Amigos lectores, vivimos en la era de la ego-obesidad.
Como hasta cierto punto nuestro aprendizaje es de origen social, imitamos a nuestros compañeros de planeta, exigiéndonos ser mejores y estar por encima. La competición ha invadido un campo bastante peligroso: el individualismo. Cada uno de nosotros vivimos con la ilusión de ser "únicos" y "especiales".
Cambiar el verbo competir por el verbo cooperar repartiría ese sobrepeso, promoviendo un ego sano y equilibrado.
Siete mil millones de personas hay en el planeta Tierra, y una de esas personas eres tú, y otra soy yo. Y entre nosotros dos existen 6.999.999.998 deseos de vivir satisfechos, de ser únicos y especiales, de distinguirse de los demás y de encontrar el sentido de su vida.
Con ello no quiero decir que no te quieras o no seas especial, desde luego que lo eres, pero igual que los otros siete mil millones de personas con las que convives en este planeta, ni más, ni menos.
El efecto positivo de llevar a la conciencia tu privilegiada posición en el último nivel de la pirámide de Maslow así como de observar la pirámide como su totalidad, es llegar a vivir teniendo en mente que eres uno de siete mil millones sí, pero formas parte de un porcentaje muy pequeño, minimísimo, que ha logrado escalar más allá del primer nivel.
Datos tan verídicos como espeluznantes que te sitúan en el 1% de la población que posee el 50% de la riqueza mundial. El 1% de la población, querido uno entre siete mil millones, lo que lleva a deducir que el 99% de la población no termina de satisfacer las necesidades fisiológicas basicas.
Problemas del primer mundo vs. problemas del resto del mundo
Ahora te propongo una breve reflexión, sin pretender ser sensacionalista. Mi objetivo es tan simple como que sepas situarte como individuo en la población mundial. ¿No te parece realista? Algo parecido a aquel juego de colocarle la cola al burro con lo ojos vendados que tanto nos entretenía en las fiestas de cumpleaños. Quítate la venda y coloca la cola en su sitio. Por ponerte un ejemplo, podrías ir a Etiopía y hablarles a los habitantes de lo mal que está España, de lo que está sufriendo el país con la crisis. Contarles a los nigerianos que apenas hay trabajo y lo duro que es vivir del paro. Siempre hay un motivo, sea cual sea la situación, para ver las cosas con un prisma optimista.
Eres un afortunado.
Vuelve a quejarte de lo lento que va Internet o a ponerte nervioso cuando el autobús llega cinco minutos tarde. Es probable que cambiando la perspectiva a una visión algo más global, la próxima vez te lo pienses dos veces antes de mostrar insatisfacción ante detalles triviales o vulnerabilices tu autoestima, dejándola en manos de las redes sociales.
¡Hasta muy pronto!
Os dejo un vídeo irónico que representa muy bien el contenido del texto.