Uno más en la FAMILIA

Publicado el 14 julio 2011 por Encantada
Hace poco más de un mes, la apacible vida familiar que hasta entonces llevábamos mi novia y yo se vio trastornada por la llegada de esta bolita:

Nuestra cuñada se lo encontró cerca de su Universidad. Se había quedado atrapado dentro de un tubo de aluminio y no paraba de maullar. Con gran riesgo para su integridad física (pues la bolita se defendía con uñas y dientes), decidió sacarlo y llevárselo a casa. Estaba sucio, asustado y muy muy hambriento.
Una vez a salvo, lo limpió cuidadosamente con una toalla húmeda y descubrió que su color no era tan oscuro como le hacía parecer la gran cantidad de mugre que llevaba encima: era un gatito siamés medio pelón al que todavía se le notaba la piel rosadita. En cuanto pudo, lo llevó al veterinario para que lo desparasitara, y este le dijo que tenía entre dos meses y dos meses y medio.
Mientras nuestra cuñada y el gatito vivían esta increíble aventura, yo leía un cuento para niños protagonizado por un perrito que viajaba a la Luna. Llevaba ya varios meses pensando en adoptar un perro o un gato, pero no conseguía decidirme por ninguno de los dos. El perrito que viajaba a la Luna, sin embargo, me ayudó a tener una cosa clara: fuera cual fuera la especie que adoptase, le pondría su nombre.
Al día siguiente, mi novia recibió una llamada de su hermano. "¿Queréis adoptar un gatito?". A ella le pareció una locura, pero yo no pude resistirme a plantearme la posibilidad de hacerlo. Todavía no tenía claro si quería adoptar un perro o un gato, pero me daba en la nariz que, ante mi exasperante indecisión, el destino iba a decidir por mí. "¿Sabes?", le dije. "Si adoptamos el gatito, ya tengo pensado un nombre".
Entonces nuestra cuñada decidió darnos un empujón: nos mandó un mensaje de texto con una foto de la bolita corriendo hacia la cámara. Y unas palabras que me licuaron el corazón: "Gatito busca mamás". "¡Dile que sí! ¡Dile que sí!". Aunque no tuviera ni idea de cómo cuidar a un gato, se me hacía imposible resistirme a tenerlo entre mis brazos.
Dos días después, cuando llegué a casa, escuché las voces de mis cuñados en el salón. Solté el bolso de golpe y atravesé el pasillo corriendo. La bolita ya estaba allí. Me senté en el sofá y nuestra cuñada me la puso en el regazo. Yo lo acaricié, él me maulló y se quedó dormido. Mi novia y yo intercambiamos una mirada sonriente.
Habíamos adoptado a V.
Y aunque a nadie le guste el nombre que le he puesto, yo sé que ambos (el gatito y su nombre) vinieron a mí.
Encantada.