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Unos labios en mi copa

Publicado el 27 marzo 2010 por Torcuato
Unos labios en mi copa

Arrastrando los pies y con ambas manos en los bolsillos del pantalón, sin ansia y sin esperanza, Nestor surcaba el nocturno bulevar, sin rumbo definido. Acompañado por pensamientos que le escocían en el alma, deambulaba por la ciudad sin tener consciencia de lo que sucedía a su alrededor. Absorto en su desazón no vio a la anciana que rebuscaba en los contenedores de basura, tampoco oyó a los gatos que asustados salían de estos y que sele cruzaron enredando sus piernas y haciéndole caer de morros al adoquinado suelo. Quedó sentado en la fría superficiecon las rodillas dobladas y las manos apoyadas en el pavimento. Maldijo mentalmente y se llevó la mano a la cara para hacerse un reconocimiento de los daños sufridos. Sintió frescor en el rostro ya que su mano estaba mojada. La miró y después miró hacia abajo comprobando que estaba sentado justo encima de un charco. La maldición fue ahora sonora y acompañada de manoteos y movimientos de cabeza al tiempo que se ponía de pie de un brinco como si se tratara de un nuevo baile desmedido y desacompasado. Detenida aquella frenética danza quedó inmóvil mirando hacia arriba, hacia el cielo, donde la luna lo observaba, quizá llena de pena o, lo más probable, desternillada por la ridícula situación de la que había sido testiga.

Nestor volvió a bajar la vista y respiró todo lo hondo que pudo para intentar calmar los temblores que le produjo la situación por la que había pasado. Alisó su camisa y palpó la parte trasera del pantalón para comprobar algo que ya sabía: Tenía el culo mojado. Pero también descubrió una textura distinta a la tela del calzón, un trocito de lo que pudiera ser cartón. Consiguió separarlo con mucho cuidado para descubrir que se trataba de una tarjeta, bastante deteriorada por el agua, en la que todavía se leía: Café “El Beso”.

No conocía ese local. Debía ser nuevo.

También ponía la dirección. Era cerca, dos manzanas más allá. Pensó en ir y tomarse algo, escuchar música y serenar un poco su estado, que tras el último acontecimiento, había empeorado. Pero no, ¿qué tontería estaba pensando?Tenía el trasero empapado y si entraba en aquel sitio haría el ridículo, la gente se reiría de él, si es que nadie lo había ya visto. Se acordó entonces de la señora mayor que buscaba entre los restos de basura, allí estaba aún. Lo miraba y le sonreía.

Le pareció un rostro de una infinita dulzura y bondad. Fue el bálsamo curativo que necesitaba.

Aquella sonrisa le produjo una sensación de bienestar, una gran calma e incluso gran alegría y daba la impresión de sugerirle que debía ir al café “El Beso”.

No intercambió palabra con ella, le devolvió la sonrisa, que no fue ni por asomo tan dulce, sino de medio lado, y se dirigió, con paso firme hacia su destino, mientras, empezó a llover.

El cartel luminoso de la entrada no dejaba duda de que ese era el lugar. Para entrar, el gorila de la puerta debía apartarse y dejar paso con aquiescencia, lo que producía una sensación desagradable.

Pidió una copa de vino. La bonita chica de la barra colocó el posavasos y la copa vacía encima, la rellenó con elrojo caldo y recogió el billete que Nestor le alargaba. El roce de aquella joven mano femenina le hizo volver a sus torturadores pensamientos de hacía un rato. Esos en los que recordaba a Elvira y como la perdió. Esa mujer con mayúsculas a la que no respetó creyendo que era de su posesión, no valorando que ella siempre estaba cuando la necesitaba, con sus caricias y sus oídos siempre abiertos.

Pero el nunca escuchaba, no le importaban sus problemas. Tanto, que ni se enteró de su enfermedad.

Su nariz, su boca, sus ojos…cerrados.

Como los ojos de Nestor, que se humedecieron para ver borrosamente la copa de vino. Se los secó con la manga de la camisa. Vio entonces que en el borde de la copa había una marca de labios de alguna mujer que bebió antes que él y que el lavavajillas no consiguió limpiar.

Cerró los ojos para ver a Elvira con la boca pintada de rojo intenso que volvía su rostro todavía más blanco si cabe.

Ciego aún se acerco a la copa y besó esa marca, perteneciente ahora a su malograda amada.

Alguien lo despertó con una caricia en la nuca. Se volvió y allí estaba esa mujer desconocida. Esta le acarició suavemente la cara con el dorso de la mano.

Y finalmente le sonrió.

Torcuato González Toval


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