Es curioso, pero todos los miembros de mi familia, salvo rarísimas excepciones (tan raras que creo que son dos), compartimos un don. Es el siguiente: estamos total y absolutamente incapacitados para las artes plásticas y los trabajos manuales. Excepto una de mis primas, que es una verdadera artista y que, obviamente, heredó sus habilidades de la otra rama de su familia, somos incapaces de coger un lápiz y hacer un dibujo razonablemente digno. El día que repartieron las habilidades para las artes plásticas ninguno de nosotros estábamos en la fila. Tenemos otras cosas, claro. No quiero yo decir ahora que no sirvamos para nada. Ni mucho menos. Pero las manualidades no son lo nuestro.
Yo, en concreto, si hago honor a la palabra dada, no podría volver a dibujar nunca nada. Espero que no cuenten esas casitas que les hago a las peques para que coloreen. Ya sabéis, el clásico casa, árbol, caminito de entrada, nubes y sol y, si estoy inspirada, unos pájaros y un gato. Cuando tenía 14 años, y estudiaba primero de BUP -que es una cosa que hace mucho que no existe-, tenía un profesor de dibujo lineal al que me quedaba embobada mirando cuando pintaba en la pizarra, y hacía circunferencias con una cuerda -a modo de compás- y una tiza, y preciosos dibujos con escuadras y cartabones.