Estos últimos días, he estado bebiendo algunos vinos blancos que me han reafirmado en algo que seguirá sonando polémico (quizás...), pero que, desde un punto de vista estadístico, se cumple. Se cumple, claro, en mi pobre experiencia como bebedor (ya se sabe, no pruebo entre 75 y 100 vinos diarios...) y, sobre todo, con los vinos que pruebo de la Península. Podría formularse así el asunto: "nada como una cepa de larga tradición en su tierra de origen, trabajada en ella y por gente que sabe qué hacer con ella, para tener grandes vinos". De su contrario, se infiere, claro, que una cepa desplazada de su hábitat natural y trabajada según técnicas y cánones que le caigan algo lejos, dará con mayor probabilidad vinos que (¡hablo de mí, claro!) no gusten tanto. Todo esto viene a cuento de los últimos blancos que he probado. Por el primero de ellos, vengo sintiendo creciente admiración, por cómo se plantean las cosas en la bodega (Sucesores de Benito Santos, uno de los fundadores de la DO Rías Baixas), a través del cultivo ecológico. Y por cómo trabaja la cepa albariño Todd Blomberg (anterior hacedor de algunas de las cosas que más me gustaron de Zárate). De las notas de Benito Santos, de los comentarios y aprendizaje de cientos de albariños probados en las ferias de Cambados y, aventuro, de una gran reflexión sobre cómo trabajar las lías con estos mostos y vinos, surge una gama de bastante impacto. Cada vino tiene su perfil, pero el clima, las características de la uva, sus aromas, su frescor incorregible están siempre presentes.
Es una bodega muy a seguir en las Rías Baixas, de la que ahora mismo destacaría su Igrexario de Saiar 2008 (en la foto, la iglesia de San Esteban de Saiar, alrededor de la cual se congregan las cepas), una albariño amorosa, de salvaje alegría domada por las lías, tanto gruesas como finas, con las manzanas como protagonistas, con un punto de chispa en la boca. Cepas viejas que te aportan aires de camomila, de pera limonera, muy fresco y goloso en boca. Caramelos Ricola, hierbas del monte, sedosidad, algo untuoso y, al mismo tiempo ágil y fresco en boca. Es un gran vino (lo será más con reposo en botella), que se puede comprar sobre los 8-9 euros.
De Marqués de Murrieta poco voy a descubrir a los lectores de este cuaderno. Se trata de una de las grandes de la DOC Rioja, por calidad contratastada de sus vinos a lo largo de más de cien años y por la cantidad de botellas que producen. Alguno de mis grandes momentos vínicos me lo ha proporcionado su Castillo de Ygay, del que de vez en cuando se pueden encontrar botellas históricas. Esta gente tiene una línea de trabajo marcada desde hace mucho, que no se mueve un ápice, porque las cepas siguen siendo las mismas, el territorio sabe qué da y dónde lo da y y sus gentes saben interpretarlo. Los resultados, a la vista y al paladar están. Uno de los grandes blancos que se puede comprar en este país es su monovarietal de viura. Capellanía 2003 procede del viñedo del mismo nombre, dentro de la Finca Ygay. Es un vino que procede del prensado de los racimos en un sistema vertical de doble husillo (150 años de tradición nos contemplan), que proporciona lentitud y delizadeza a la operación y favorece la máxima extracción aromática a la viura.
El trabajo se completa con una larga fermentación a temperatura controlada y una crianza de 18 meses en barricas bordelesas de diferentes antigüedades y procedencias. El resultado es un vino que, incluso en su preadolescente 2003, conviene decantar y servir sobre los 12-13ºC. 13,5% para un color de brillante oro, con extrema sequedad, en nariz y en boca. Lavanda seca, orégano, cera en el panal. Es un vino elegante y sutil que te estará hablando sin parar, si tienes la paciencia necesaria, horas y días enteros. El intercambio de credenciales entre la viura y la madera es ejemplar, muy notable. Lo hueles y lo pruebas, dejas que los restos de la botella reposen y se magnifiquen: sabes que estás ante un vino de otro tiempo, hecho a la antigua, con oscuridad, con barniz, con madera que le dará estructura (jamás lo ocultará) durante muchos años. Se puede comprar sobre los 15 euros.
Mi relación con el vino Jo! es mucho más reciente. Nace de mi indignación por el contenido de una página de El País y se consolida ante el admirable interés que Carlitos y Patricia muestran por ese post. Digo "admirable" porque me admira que dos profesionales tan reputados en su sector, con campañas en marcha sobre productos o ideas de mucho calado (no hay más que mirar su página web para saber en qué andan), gasten dos minutos de su tiempo en un cuaderno como éste. La relación se ha ampliado a través de variados intercambios de cartas, ya privadas, y en público y en privado he confesado mi respeto y, de nuevo, admiración por lo bien que trabaja esta gente y por lo profundo de la sintonía que muestran con las ideas de sus clientes. Les prometí que a la que topara con un Jo 2008, hablaría de ese verdejo. Y cumplo con mi promesa. Por desgracia, tengo que decir que el trabajo de los creadores de la marca y de su publicidad (chapeau para ellos) se ha visto empañado por lo que los implantadores de la verdejo en Catalunya han hecho con el vino. Quienes me leéis, ya sabéis que no tengo nada a favor ni en contra de nadie ni de ningún vino. Pruebo y si me apetece escribir sobre ello, lo hago. Aquí era obligado, pero lo hago con cierta desazón porque no quiero que nadie piense que estaba cantado mi comentario. Mi única relación ha sido con los creadores de la marca (Carlitos y Patricia), y ésta, puedo decirlo, es cada vez más fluida e interesante. Ellos no han hecho el vino y yo ni tan siquiera conozco a sus hacedores. Hubiera preferido, os lo aseguro, que el vino me hubiera gustado o que me hubiera parecido correcto. Pero no.
El vino se puede comprar sobre los 6-7 euros y se puede servir muy frío (sobre los 8ºC), pero yo recomiendo el ejercicio de tomarlo a la temperatura en que se tienen que tomar los buenos blancos, allí donde muestran su verdadera naturaleza. Sobre los 11-12ºC, Jo! se ofrece muy flojo en nariz, casi inexpresivo y plano, con una boca glicérica y un peso excesivo del alcohol para su 13%. Le doy tiempo a la temperatura adecuada, pero sigue átono en nariz y en boca muestra una untuosidad que no se corresponde en nada con el frescor y ligereza que uno le suponía a la verdejo. El trago no es franco y casi me recuerda a esas aguas que tienen una densidad y un peso mayores de lo habitual. No sé a qué sabrá la verdejo catalana, sí sé que ésta todavía no sabe a nada en concreto y que, además, está muy lejos de sus parientes en Rueda. La gran ventaja de este vino es que tiene un margen de mejora muy notable. Les deseo de todo corazón que sigan aprendiendo y que perseveren.
Sucesores de Benito Santos, no sé a quién deben esa inspiración, tiene un lema muy bonito en sus etiquetas. Está escrito en latín (ya sabéis que, de hace años, "colecciono" ese tipo de divisas en botellas de vino) y dice Congruenter naturae uiuere. Hay que vivir de forma conveniente (armónica traduciria yo) con la naturaleza. Digo "armónica" porque ellos han cortado un poco el texto de Cicerón del que procede la cita, De fin., 3, 26: Congruenter naturae conuenienterque uiuere..."de forma armónica y adecuada", aconsejaba Cicerón, quien proseguía diciendo que la gente sabia vivía, así, de forma plena, feliz y afortunada. Lo hemos olvidado casi todo en dos mil años de historia, pero si recuperamos el valor de ese lema y, en mi opinión, nos concentramos en trabajar mejor la tierra y las variedades más propias de cada zona, viviremos y beberemos mejor.
La foto de la Iglesia de San Esteban de Saiar es de Alfonso Fontán. La de Jo! pertenece a El País.