Revista Talentos

Vacaciones

Publicado el 19 septiembre 2012 por Dolega @blogdedolega

¡Allí estaba! Llevaba más de dos horas buscándola afanosamente.

Su mirada recorría una y otra vez la poca arena que había y sus manos levantaban todas las piedras que sus fuerzas le permitían hasta que por fin, la había encontrado. El sol estaba en lo alto y ella tenía los pies metidos en el agua y las manos arrugadas de tanto mar.

Tomó la preciosa concha entre sus manos con una avidez y firmeza reservada solo a la más preciada joya.

Ya podía emprender el camino de regreso, tenía en su poder una extraña caracola rosada por fuera y azul profundo en el interior. Eran piezas realmente especiales y muy difíciles de conseguir, claro había que venir al morro.

Levantó la vista de las piedras y su corazón empezó a latir muy deprisa. Había subido la marea y el camino de piedras hasta la costa había desaparecido bajo las olas. Tendría que ir nadando hasta la playa.

Abrió el escote de su bañador de flores y depositó con cuidado su tesoro. El bañador era muy ajustado al cuerpo, así que calculó que podría nadar sin que escapase la caracola.

A lo lejos, como un pequeño punto la veía ir y venir en la orilla, nerviosa intentando alcanzar con la vista dónde estaba. Si esperaba más tiempo sus problemas aumentarían con la poderosa resaca que se producía una vez que la marea alta llegaba a su fin. La corriente la sacaría mar a fuera, lo sabía.

No se lo pensó más y se lanzó al agua. Su pequeño cuerpo se movía de manera ágil pero poco efectiva para la distancia que tenía que recorrer. Pasaba el tiempo y veía que no avanzaba, siempre tenía la costa igual de lejos, siempre veía a Sandra igual de pequeña, que iba y venía en la orilla siguiendo segundo a segundo su nado. A pesar de aprovechar el impulso de las olas para desplazarse más rápidamente, no era suficiente.

“Recuerda, siete olas pequeñas y siete olas grandes; cuenta, no te distraigas” se repetía constantemente mientras iba con la vista fija en la playa, en la esperanza de ver que las figuras se hicieran más grandes, síntoma de que iba alcanzando su objetivo.

“Una, dos, tres…” contaba mentalmente, mientras de vez en cuando, se palpaba el pecho para asegurarse de que el motivo de su aventura estaba seguro.

De repente sintió que una fuerza sobrehumana la sacaba del agua y la lanzaba con fuerza dentro de lo que resultó ser una barca.

Cuando pudo levantarse y ver qué era lo que ocurría, se encontró cara a cara con aquel viejo pescador que muchas veces abastecía de pescado fresco a los restaurantes de la playa y que ella saludaba alegremente cuando se lo encontraba.

Como todos los negros, tenía unos ojos enormes, un poco saltones y que en ese momento eran los más grandes ojos de negro que ella había visto nunca.

-¡Qué hace usted por acá afuera, niña!

Al contrario de lo que se podría suponer el viejo pescador no le gritaba, todo lo contrario, le estaba hablando muy bajito, como si le estuviera contando un secreto.

-Mire, vea lo que va allá ¿La vio? ¡Mírelo bien!

En ese momento dirigió la mirada hacia donde apuntaba el dedo largo y arrugado de su compañero de barca y la vio.
shark
Era brillante y gris, se movía lentamente  mar afuera y dejaba una pequeña estela a su paso. Se dio cuenta de lo que había ocurrido y su enormes ojos verdes se abrieron hasta el infinito al mirar al viejo negro que la miraba reprobadoramente.

-Apenas lleguemos a la playa voy y se lo cuento a su mamá, niña. Usted no puede andar por aquí solita, porque mire lo que pasó, si yo no llego a estar por acá y veo la aleta, ahorita mismo usted sería uno más de los que se comen los tiburones todos los fines de semana.

Era una realidad con la que se convivía allí. Nunca pasaba nada, hasta que pasaba. Es el tributo que se cobra el mar Caribe, alguna que otra vez, cuando los bañistas despistados deciden alejarse de la orilla.

De repente sintió un frio enorme, empezó a tiritar y se llevó sus pequeñas manos, arrugadas del agua a la boca para calmar los escalofríos que sentía. El sol era radiante y no había ninguna nube en el cielo, pero ella sentía mucho frio de repente y la sal que chupaba le calmaba la sensación de miedo.

-¡Ay, no! Por favor, no le diga nada a mi mamá, por favor. Mire, yo ya estoy castigada como cuatro días sin salir de la casa y si va y le dice lo que pasó a mi mamá, me voy a pasar todas las vacaciones sin salir ¡Por favor!

Le prometo que nunca, nunca más vengo al morro.

Allí estaba ella con las manos juntas como si rezara, implorándole a su salvador que le guardara el secreto. El viejo mientras, remaba y la miraba dispuesto a dejar claro que estaba muy enfadado y que no aceptaría una falsa promesa.

Ella miró al suelo de la barca y vio la cantidad de pescados que llevaba aquel hombre. Con los nervios no se había dado cuenta hasta ahora.

-Oiga, usted si pescó bastante hoy ¿verdad?

-¡No se me vaya del tema, mijita! Exclamó el hombre desahogando la fuerza de sus palabras en los remos que manejaba con soltura. A usted casi se la come un tiburón por andar por donde no debía, y ahorita mismo me voy a decirle a su mamá lo que pasó.

Habían llegado a la orilla, él se había echado al agua y se afanaba en sacar la barca del agua empujándola hasta dejarla encallada en la arena. Ella también había saltado al agua y lo ayudaba empujando con sus pequeñas manos mientras lo intentaba convencer.

-¡Ya le prometí que no volvería! Por favor no le diga nada. Mire, ella me va a castigar como por cuatro días sin salir para ninguna parte.

El negro miró a Sandra y miro a aquella niña rubia de enormes ojos verdes que le imploraba su silencio. Sandra era ampliamente conocida en todos los alrededores y su fama había hecho que se inventaran historias de reencarnaciones y ánimas, muy típicas de allí. Era la guardiana de la pequeña y se la respetaba y se la temía sobre todas las cosas.

El viejo se puso en cuclillas para estar a la altura de la rubia del bañador de flores. Sus ojos se pusieron serios al extremo y un enorme dedo negro con envés blanco apuntó a la buscadora de caracolas.

-Como a usted se le ocurra volver una sola vez más al morro, me voy para su casa y hablo con su mamá y le digo que no la vuelva a dejar salir nunca jamás de la casa ¿¡oyó!?

Esto lo había dicho muy despacio y muy serio. Esperaba una respuesta y un ademán convincente.

Ella estaba dispuesta a satisfacer todas las expectativas de aquel hombre que le había salvado la vida

-¡Se lo juro por Diosito lindo, que nunca más me voy al morro!

Decía mientras hacía una cruz con su dedo pulgar e índice, la besaba y levantaba la cruz al sol. Al tiempo que esbozaba la sonrisa más agradecida que se ha dibujado en una cara.

Vacaciones

Cuando el mar y la arena eran mi patio de juegos

Y a pesar de todo, ahora empezaba lo realmente duro.

-¡Ay, no te pongas así! Ya sé que me pasé de la raya, pero dime algo…

Sandra caminaba delante sin hacer el más mínimo ademán. No hubo forma de hacer que expresara alegría ó enfado. Ni siquiera se había acercado cuando había llegado a la playa y eso era mal síntoma. Ella sabía que le esperaban días muy aburridos en casa. Había traspasado los límites establecidos y eso era serio. Además tendría que inventar excusas de porqué no quería salir a ningún sitio.

Sandra llegó y se sentó debajo del enorme árbol de uva de playa que presidía el jardín. . De nada valieron los abrazos ni los mimos. No hubo soborno posible con las empanadas de maíz ni con los deditos de queso ni con las suculentas piezas de pollo sustraídas del sancocho.

Allí estuvo durante cuatro largos días sin moverse, indiferente a todas las carantoñas y preguntas de los adultos curiosos.

Ella tenía terminantemente prohibido moverse sin Sandra ni a la esquina, así que tocaba jugar a las muñecas. ¡Qué aburrimiento! Menos mal que estaban empezando las vacaciones.

La caracola durmió en la caja de los tesoros, pero no le gustaba mirarla; cada vez que lo hacía, veía una aleta gris moviéndose lentamente mar afuera.


Volver a la Portada de Logo Paperblog

Dossier Paperblog

Revista