Revista Diario

Vacaciones en Lanzarote

Publicado el 23 julio 2012 por Encantada
Este año, mi novia y yo decidimos liarnos la manta a la cabeza y hacerles un cambio radical a nuestras vacaciones. Así que viajamos juntas en avión por primera vez, fuimos de hotelazo con piscina y buffet libre por primera vez, y visitamos Canarias por primera vez. Y el cambio radical funcionó, porque nuestra semanita de vacaciones pasó de ser un inquietante viaje hacia lo desconocido a un cálido reencuentro con lo conocido.

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Vista de algunos volcanes desde el sur de la isla, donde se encontraba nuestro hotel.


Para variar, no sabíamos realmente dónde íbamos. Ese suele ser nuestro modus operandi: escogemos un lugar que nos resulta sugerente por cualquier cosa (ni siquiera es necesario que veamos fotos, como fue este caso), nos plantamos en la oficina de información y turismo (una vez allí, se entiende) y les pedimos, amablemente, que nos expliquen dónde hemos ido a parar.

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¡Nunca habíamos viajado tan al sur!


El modus operandi siempre había funcionado a las mil maravillas, pero esta vez hubo de esperar para ponerse en marcha a que fuéramos capaces de superar el shock inicial de vernos rodeadas de desierto y unas sospechosas montañas (que resultaron ser volcanes) cuando nuestra imaginación esperaba algo así como el Caribe. Y no es que no nos hubieran advertido: "Lanzarote es diferente, porque es una isla volcánica". Pero el resto de las islas también lo son... ¡y yo vi por la tele que en Tenerife había pinos! En fin, que como dijo mi novia según bajamos del avión, aquello nos pareció una obra (será la deformación que tenemos como madrileñas de profesión).

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El volcán de La Corona, con su impresionante cráter.


Afortunadamente, poco a poco nos hicimos con la isla y aprendimos a apreciarla. En primer lugar, el viento, un habitante más cuya ausencia se padece mucho más que su abundancia. Y es que, sin nuestros queridos Alisios, en Lanzarote no se puede respirar.

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Jardín de aloe vera en flor.


Después, la playa, que era de arena blanca y aguas turquesas, limpias y transparentes como no había visto en mi vida. Si bien el agua estaba bastante fría en un primer momento, en contra de lo que ocurre en las costas atlánticas de Galicia o Portugal, en pocos minutos alcanzabas una sensación térmica de bienestar absoluto que podía mantenerse durante horas (en mi caso, claro, porque la hipotermia congénita de mi novia es otra historia).

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Playa de La Dorada.


Aunque lo que más nos sorprendió, sin duda alguna, fue la flora. Porque en aquella tierra negra y rojiza también crecen plantas, algunas de las cuales no conocíamos: es el caso del cardón o euforbia canaria, una especie endémica semejante a un híbrido entre un árbol y un cactus que nos dedicamos a fotografiar de manera compulsiva. También me hizo mucha ilusión ver aloe vera en flor, porque había leído que era algo rarísimo, y pude comprobar que no; los que no florecen ni a la de tres son los de nuestras casas, porque allí había montones de ellos con sus campanitas amarillas colgando.

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No, no es un abeto, ¡es una euforbia canaria!


Y para terminar, la fauna: decenas de amorosos gatitos, de todas las edades y tamaños, que también vivían del turismo... ¡y se ganaban el sustento a base de maullidos, ronroneos, caricias con el lomo y peticiones de mimos! Gracias a ellos, pude soportar un poco mejor la ausencia de V... De haber estado en Madrid, mi novia y yo convenimos en que nos habríamos llevado unos cuantos.

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Después de este viaje, nos hemos quedado fascinadas con los cactus.


Pero lo mejor del viaje fue el reencuentro con nosotras mismas, con nuestro amor, que se hacía patente en largas conversaciones, en carcajadas sonoras, en mimos, guiños, caricias, en momentos de pasión. Nuestro amor, que convirtió una rutina de jubiladas (dormir, comer, tomar el sol, nadar, tomar el sol, nadar, tomar el sol, comer, dormir, pasear, comer, dormir) en un dulce pedacito de paraíso terrenal. Lo cual se disfruta mucho más cuando se está saliendo de una crisis tan profunda y dolorosa como la que hemos atravesado en el último año.

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Flores de cactus: la belleza infinita de lo (im)posible.


Unas de nuestras mejores vacaciones, sin duda alguna. ¡Encantada!

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