Agotado de mis obligaciones, sesteo un rato. Y sueño con el niño despreocupado y sin obligaciones que fui alguna vez. Ese niño que ahora, en su ocio, dormita en un rincón y tiene un sueño. Un sueño semejante a una sombra preñada de deberes y de preocupaciones.
No sé si soy el niño o el adulto, ambos sueñan la misma sombra. Una sombra que, de cualquier manera, sigue ahí. Una sombra que, indefectiblemente, va a cumplirse en el final de ambos sueños.