En ocasiones la realidad supera a la ficción. No es que suene a tópico, es que es la realidad la que llama a la puerta, te deja un paquete, y se marcha con una sonrisilla de soslayo sabedora de que te acaba de joder, literalmente, la vida.
Marchaba uno tan tranquilamente por la calle cuando le llaman del domicilio paterno (y materno, que la hipoteca la pagan entre ellos dos aunque sea yo el único heredero) para decirle habían dejado un paquete a mi nombre. De inmediato me surgió la duda, ¿habría encargado yo libros por correo? ¿Sería alguna revista de Ciencia Política de esas que me mandan de vez en cuando? Las fechas no cuadraban y la verdad era que no recordaba haber hecho ninguna gestión telefónica o en línea de ningún producto ultimamente.
El paquete no era ningún libro, sino que consistía en tres móviles con sus respectivas tarjetas prepago, enviados por cierta compañía telefónica que en su día solía frecuentar. Pensé que, quizás muerta de celos por haberme cambiado de amistades, la susodicha compañía telefónica se empeñaba en agasajarme con regalos y móviles de última generación esperando que así volviera a su redil y abandonara a mi ruborizada nueva compañera. Caray, qué tiempos de crisis nos aguardan en el que las empresas se pelean por un cliente de 15€ al mes. Nada más lejos de la lúgubre realidad: los tres teléfonos eran portabilidades desde otra afrutada compañía de telecomunicaciones.
Por supuesto, teléfonos que no había visto en mi vida, lo que me apresuré a hacerle entender a la Señorita operadora. ¡Ah, las operadoras! Admitámoslo, antes nos jodía tener que llamarlas, encontrarnos telefónicamente frente a ellas. Era un horror, recuerdo, incluso comprar el partido del PPV del domingo -yo nunca compré porno. "¿Y qué le digo?", pensaba. "¿La llamo de Ud. o de tú?". Ahora, por el contrario, topar con la Señorita es un oasis de fantasía y alborozo tras haber deambulado 4 minutos -exactos- por diferentes programas informáticos que le solicitan al supuesto cliente pulsar el 1, el 2 o el 3 en función de las diversas preguntas u opciones que le proponen. Más aún si, como era mi caso, trataba de hacerle comprender a la máquina que no era cliente, que había habido un error.
Cuando por fin llegaba a la anhelada Señorita, ésta me pasaba con otra compañera, y luego ésta con otra hasta que por fin me enviaban a un último lugar en el que volvía la grabación pero con una diferencia: ahora tenía que teclear el teléfono sobre el que hacía la consulta. ¿Cómo ponerlo, si no lo sabía? Colgando y volviendo a empezar.
Para la noche de aquel viernes ya había conseguido explicar siete veces siete mi problema. Supongo que todo el callcenter debía conocer ya quien era yo y en la hora del café sería tema de conversación. Pero el caso es que 3 horas y media después de haber comenzado a llamar a diferentes teléfonos, por fin di con alguien que comprendió y decidió quedarse con la patata caliente en que me estaba convirtiendo.
Esta Señorita me explicó correctamente que un tal Señor X, que para no desvelar su identidad le diremos sencillamente hijodeputa -todo junto y en cursiva- había utilizado mis datos personales para dar de alta estas tres portabilidades, contratar tarifas distintas y solicitar los tres terminales nuevos, de esos de pantalla táctil que son la envidia de cualquier filibustero. Pero me tranquilizó: ella dejaba constancia del error, me dió el número de reclamación y, por tanto, todo quedaba anulado. O eso creía yo...
Espera que te espera a que vinieran a por los móviles, diez días después se me ocurrió volver a llamar a estos señores de la compañía telefónica. Para entonces, ni qué decir tiene, ya había pasado por comisaría para explicarle al amable y perplejo funcionario lo que estaba sucediéndome. No daba crédito, el pobre. Cuando volví a llamar descubrí que para evitar tener que estar tecleando 1, 2, 3, todo el tiempo, lo mejor es que, a la menor oportunidad que ofrezca el programa informático, se grite "denuncia hecha en comisaría". Así te atienden antes, garantizado. Implementando este truco logré contactar, en tan sólo tres grados de separación, con una Señorita que se encargaba de estos asuntos.
Cuando parecía que ya me iba a dar la enhorabuena se hizo un silencio sepulcral al otro lado de la línea. Uno intentaba mantener la compostura y, con la oreja roja de tanto móvil, sonreir para sí mismo y finalmente preguntar con la mejor de las predisposiciones ¿Ocurre algo, Señorita? El silencio seguía comiéndose el invisible hilo telefónico hasta que un "Uf" susurrado por ella -supongo que acompañándolo con un gesto hacia algún compañero imaginario- lo rompió. "Es que Ud. tenía que haber llamado antes... antes... vamos, ayer, por ejemplo... ahora la línea está dada de alta y ya no se puede hacer nada".
Intente Ud. explicarle a una persona que cobra 1.000€ netos en doce pagas por tirarse casi doce horas cada día, fines de semana incluidos, delante del ordenador y colgado del teléfono que ya ha llamado antes, que, de hecho, tiene hasta el número de reclamación donde todo quedaba anulado y que si el proceso de alta no ha sido detenido es culpa exclusiva de la compañía telefónica. Si antes de esto uno ya era una patata caliente, ahora es un puñetero meteorito abriéndose paso por la atmósfera y la Señorita se ha transformado en un dinosaurio que se ha hecho consciente de que el fin ya está aquí y que lo único que queda es cerrar los ojos o mandarlo todo a la mierda.
No sé quién comenzó a chillar antes a quién. Pero tampoco me importa, pues no estoy orgulloso. Sí sé quién no hizo su trabajo como es debido y también sé quién me ha sacado las castañas del fuego, evitándome tener que pagar un dineral por la incompetencia de un servicio de atención al cliente. El caso es que si no fuera por la casualidad de que un familiar mío conoce a alguien de dentro de la empresa, el_situacionista estaría pagando facturas telefónicas de unas cuentas dadas de alta con un DNI falso sin que le quedara más remedio que aguantar hasta que se pudieran dar de baja -18 meses- y con la única opción para reclamar que la de sentarme en la puerta de la sede de la compañía telefónica a espera que pasase algún tipo encorbatado o estarme otras nueve horas al teléfono para hablar con gente que no asume responsabilidades y que, por lo que le pagan, tampoco las merecen.
Ya me dirán Uds. si hemos ganado o no con la privatización de esta compañía.