Veinte. Veinte añazos en los que no sé qué narices he hecho con mi vida, si os soy sincera.
Mis amigos de toda la vida, que son el grupito de frikis con los que me refugié durante mis años escolares, ya están hablando de que habrá una comida de antiguos alumnos en el colegio y que nos reuniremos todos. Que además irán los profesores y las monjas, y a mí me ha entrado un miedo horrible. No sé si calificarlo como miedo o angustia o preocupación... pero la cuestión es que no me apetece absolutamente nada acudir a tal evento.Seguramente pensaréis que es porque me aterra llegar allí con mis taitantos añazos y sin novio ni expectativas de marido, sin casa propia donde caerme muerta, sin hijos, con un trabajo que me encanta pero que no me permite vivir más o menos bien sin andar agobiada cada mes, sin ahorros, pesando alrededor de 20kg más que en COU. Con un gato gordo como compañero de vida. Y sí, habéis acertado. Entre permitir que una panda de pijos imbéciles me juzgue o ser mordida por una cobra, tiro para cobra.
Pero si os digo la verdad, el verdadero motivo por el que no quiero ir a esa reunión del averno no es para evitar que se rían de mí, (hace tiempo que estoy curtida ante determinadas palabras); es porque yo no tengo nada que demostrarle a una panda de gente que me hizo la vida imposible durante 13 años. Gente que me tiraba piedras, que me insultaba, que me encerraba en los baños del colegio, que se burlaba de mí y me ponía motes -marciana, Beacop, Dumba, fea, no te toco ni con un palo-, que me hacía llorar por las noches pensando en lo que pasaría al día siguiente cuando tuviese que saltar al potro y me cayese. Gente que jamás me dio una oportunidad tan sólo por ser diferente, por mucho que yo me esforzara por encajar. Gente que me creó un complejo de inferioridad que aún arrastro cuando las cosas se ponen mal.
No siento ningún tipo de aprecio por el 95% de las caras que aparecen en mi orla de COU. Ni siquiera recuerdo sus nombres, y me parece mucho mejor así. Aquí en confianza os diré que en tardes tristes como ésta a veces me da por pensar que sigo en aquel colegio y que por eso no levanto cabeza.
Y no. No quiero pensar en ellos ni regalarles un minuto más de mi existencia porque encima la vida me restriega una y otra vez que no es verdad eso del karma, y no lo soporto. No importa si has sido un hijo de puta en el pasado si te lo montas bien. La mayoría de esas personas que me metía arañas en la mochila sabiendo que sufro aracnofobia ahora son doctores, abogados, empresarios, policías, propietarios de un pisazo en la urbanización de mis padres o similares. Tienen familias preciosas y vacaciones en agosto, y van a las reuniones de padres del colegio de sus hijos para defenderles cuando otros niños se meten con ellos.
No, llamadme cobarde si queréis pero no quiero sentarme a comer a su lado, porque ellos probablemente no recuerden todo lo que yo sigo teniendo aquí dentro, muy bien guardadito. Admitámoslo: eso de comprarme un vestidazo y unos tacones para la ocasión, ir a la pelu, contratar un gigoló buenorro para que me acompañe y llegar allí en plan triunfadora de la vida y que todo me salga genial sólo pasa en las pelis. La cruda realidad es que, si voy, serán muy amables conmigo y me dirán que qué guapa estoy y que qué hago para parecer tan joven, que claro, eso es porque no he sido madre. Y yo sentiré como una mierda y me iré haciendo más y más pequeñita a cada segundo hasta desaparecer en alguna mota de polvo bajo el mantel.
Yo no necesito reunirme con nadie. Lo mejor de mis años de colegio son mis amigos los frikis, y a esos los he tenido siempre cerca desde entonces. Los demás, que coman todos juntos en los jardines del cole y beban vino y brinden por los viejos tiempos. Yo brindaré con un vodka, desde el bar, por los nuevos.