Revista Diario
Veintisiete
Publicado el 28 julio 2010 por EmilienkoDesde que era muy pequeño, he sido capaz de resolver el cubo de Rubik.
Aunque el juego siempre me ha parecido muy interesante, lo que me ha divertido más de él es la cara que se le queda a la gente que se ha pasado años rompiéndose la cabeza para intentar armarlo cuando, delante de sus narices, comienzo a mover el cubo rápidamente para dejar ordenadas todas sus caras en un par de minutos.
Raras veces he contado acerca del cubo que su solución tiene truco. Prefiero que se piense, como en el juego de un ilusionista, que he sido capaz de poner todas las piezas en su sitio gracias a complejos razonamientos lógicos.
Concretamente, para acabar este rompecabezas, hay que aplicar en su preciso momento sólo seis reglas diferentes, que yo memoricé hace años. Algunas las entiendo perfectamente; otras he sido incapaz de verlas espacialmente, aunque me he esforzado bastantes ocasiones en hacerlo.
Que el cubo haya perdido para mí su cara misteriosa para pasar a ser un pasatiempo de aplicación ordenada de algoritmos no implica que este juego de geometría me parezca enigmático en ocasiones, al ver cómo sus 27 piezas (3x3x3) son capaces de desordenarse tanto entre sí con relativamente pocos giros.
Hoy cumplo 27 años, el número de piezas del juguete. Mi vida ha sufrido también en este tiempo giros raros, responsables de mi situación actual. En ocasiones, han sido resultado de aplicar reglas que comprendía y otras, de aceptar normas impuestas que eran un acto de fe. Y también, cómo no, sigo viendo en mí una parte realmente enigmática que ni yo mismo entiendo.