Revista Diario

Vende o no vuelvas.

Publicado el 25 noviembre 2010 por Francissco

Aprendiz de pícaro.Vende o no vuelvas.

El sector comercial ignora el paro porque la mayoría no quiere parar en el. Es la incertidumbre suprema, sobre todo cuando eres un contratado a comisión pura y los días pasan y pasan sin colarle a nadie una escoba. Estuve una temporada de “picapuertas”  y comprobé la validez del doble requisito fundamental: valer y que te guste, he ahí la cuestión. Pero algo olía a podrido en Dinamarca…

“ATENCIÓN, SE NECESITAN COMERCIALES” (o así)
-Don de gentes
-Buena presencia
-Ambición y perseverancia.

Y habiendo leído esto, allí nos tenías a  cuatro pardillos en la sala de recepción. Había terminado la carrera y este era el único trabajo donde no pedían experiencia previa, lo cual me venía de puta madre porque no tenía ninguna.

“¿A tí te gusta la gente? ¿no?” comenzaba el senescal entrevistador. “Pues sí, por supuesto”. A punto estuvo de escapárseme que según qué gente y en qué momento, menos mal que me callé. Lo que vino después  de esta chorrada fueron unos días de cursillo donde te explicaban los productos de la empresa, la cual comercializaba seguros del hogar y de defunción, principalmente.
Estos últimos te los detallaban con auténtico júbilo; constituían la enseña principal de la compañía y oyéndoles hablar de ellos parecía que morirse  fuera algo divertido. “Tenemos azafatas que visitan a la familia del finado y se encargan de todo, pero de todo, oyes”

Muy bonito, pero si se quieren peces es preciso mojarse y en este caso el estreno sería en un barrio de la periferia. Con traje y corbata  -que a mí me producía una alergia del copón-  harías de acompañante mudo para un veterano. Al final de la jornada, entrabas tú en escena para probar. Y como estabas hecho una auténtica Marinervios, casi te daba un síncope cuando eras TÚ quien debía contestarle al que abría la puerta, je, je…

El “veterano” podía llevar no más de un mes y se veía obligado a hacer de apóstol entusiasta y animarte, a  pesar de llevarse  portazos y desprecios a punta de pala. Tenía que venderte el trabajo como fuera y mencionar el desaliento era un auténtico tabú.

Se asumía automáticamente que llevabas el mejor producto y estabas en la mejor compañía ¿no era genial? Pues sí, puede ser, pero cuando alguien te decía que no quería ” la m….. que llevabas, fuera lo que fuera…”, inevitablemente te acordabas del Gran Teórico de las Ventas, allí en el cursillo, que rebatía todas las objeciones con algún diagrama. Que lástima no verle a el, al diagrama y a la madre que lo trajo en ese rellano frente al vecino hostil. Algunas  veces, también, oía ladridos en algunos domicilios aún por tocar y me asaltaba el fantasma de maskón, pero había que seguir.

Porque si parabas te llegaba el desánimo. “Portazo recibido,  timbre nuevo tocado”. Procedía apartarse ligéramente de la puerta cuando abrían  y preguntar melosón: “¿la dueña de la casa?”. Y luego, que si mantener el contacto visual, que si la sonrisita;  total, todo para atacar dialécticamente lo antes posible, alarmarla con  que muchos domicilios tenían los seguros de casa mal hechos y mostrarle la fotografía sensacionalista de un domicilio quemado.

“Resulta que la familia propietaria de la casa quemada estaba asegurada con X,  la competencia nuestra y vivían por aquí por el barrio”. “Ay, pues yo estoy asegurada con ellos”   “Pues le comento que no han cobrado nada porque la póliza era, en realidad, un infraseguro. Si tiene la suya a mano lo comprobamos enseguida, por si acaso”.

Y ahí le lanzabas el órdago. El miedo es una apuesta segura y gracias al mismo se conseguía entrar en un diez por ciento de las casas con truquitos parecidos. Cuando llegaba la señora con su póliza se la mirabas y le decías con cara de alarma: “buuf, madre mía, pero esto que es…”.

Podías decir lo que quisieras porque todo colaba. Un inmenso porcentaje de ciudadanos no se lee lo que firma y el bajo nivel cultural de las generaciones mayores facilita la manipulación de las mismas. Al tiempo que denostabas la póliza vieja,  ya tenías el impreso nuevo debajo y le asegurabas, con dramatismo, que no se podía jugar con el hogar. “Nosotros le daremos de baja con ellos, no se preocupe”. El momento de la firma te producía un subidón y salías al rellano con las piernas bailonas de pura alegría. Esa noche, la cara de perro del jefe de equipo se tornaría en una sonrisa aprobadora, algo es algo.

Y  con estas ibas tirando. Lo que sucedía es que había todo un sumatorio acumulativo, compuesto de malos rollos y fantasmadas empresariales. Esas reuniones absolutamente estúpidas, con jefes de ventas medio sociópatas,  que se empeñaban en psicoanalizar al personal para ver porque no vendía lo bastante. O las broncas repetidas ante la pizarrita de objetivos:  ”Verguenza me da ver como llevamos el més. ¿Que es lo que haceis ahí fuera? ¿ir de copas?”.

Y precísamente, tomando copas, llegué a la conclusión de que valías tanto como tu última póliza y un buen día les entregué los prospectos. Confío en que todos los clientes que les hice se hayan borrado.

Un saludete. Por cierto, estoo,  ¿tenéis asegurada la casa? Pues de no ser así, tranquilos, la estadística os favorece.



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