Revista Talentos

Venganza

Publicado el 04 mayo 2017 por Aidadelpozo

No tengo la menor idea de por qué estoy aquí. Ese hombre que está sentado frente a nosotros me mira y cuchichea con la mujer que le está comiendo la boca. Al entrar nos han dado toallas. Solo ese hecho ya me da un poco de grima... Samuel sonríe y me besa el cuello, lo cual no produce el efecto que debería en mí, pues el solo contacto de su boca en él, en otras circunstancias, me hubiera hecho estremecer. El hombre continúa mirándome. La mujer le ha desabrochado la cremallera de los pantalones. Juraría que empieza a babear...

Y pensar que hace un par de meses yo era una sencilla ama de casa que no había roto un plato en su vida... Ahora estoy con un hombre del que solo sé que es comercial en una multinacional de telefonía y que está, como yo, cansado de su matrimonio.

Le conocí cuando me disponía a coger un taxi en pleno centro de la ciudad. Llovía a mares y todos estaban ocupados. Yo, para variar, no había cogido paraguas porque no tuve la precaución de consultar el tiempo que iba a hacer y me estaba calando hasta los huesos. El único taxi que encontré lo paramos ambos a la vez. Sonrió y me lo cedió. Supuse que, como me había pasado a mí, el tampoco había consultado la meteorología... Me dio pena dejarlo ahí tirado, medio empapado y sin más taxis a la vista. Le pregunté donde iba y, casualidades de la vida, su destino estaba solo a un par de manzanas del mío, así que compartimos el transporte. Tras un buen rato en el taxi comenzamos a hablar, quizás porque ambos necesitábamos hacerlo. Y de ahí a quedar para tomar un café tras su reunión y mis compras, solo hubo un paso. Terminados riendo a carcajadas, con una copa de más y muchas ganas de disfrutar de tan agradable compañía.

Me comentó que su mujer estaba de viaje y los niños de campamento y yo le dije que estaba casada, que no tenía hijos y que mi esposo se hallaba fuera de Madrid por negocios. La tarde se alargó, llegó la noche y la lluvia continuó cayendo. No teníamos ganas de que dejase de hacerlo pues, cobijados al refugio de aquel local de copas, nos encontrábamos bien. Era un hombre encantador, de esos que seducen con la sola mirada. Traje y corbata, buena apariencia, moreno y muy alto. Me gustó su voz, me gustó su risa, me sedujo todo él. Acabamos empapados y no por la lluvia, sino en sudor almizclado, deseo y ganas, colgados de la lujuria en la habitación de un hotel cercano a Chamartín.

Tras aquel primer encuentro, cada vez que teníamos una cita, sabía que después de la cena y una copa, acabaría dentro de mí y yo con el pelo alborotado y una sonrisa que solo la poseen las personas ilusionadas. Era un extraño para mí, un extraño que me hacía el amor y con el que conversaba a diario. De él solo sabía lo poco que me contó la primera vez, ¿para qué más? Sus secretos eran suyos, todos los tenemos y yo no soy una excepción. Lo único que quería de Samuel era su piel y la tenía una vez por semana. César, mi marido, no preguntaba por mis cenas con las amigas ni por mis compras en el centro y supuse que él pondría la excusa de su agotador trabajo para que su mujer no sospechara que tenía una amante.

Han transcurrido dos meses maravillosos desde nos conocimos, la lujuria me sale por los poros, regalo sonrisas por donde paso -me parezco al gato risueño de Alicia en el país de las Maravillas-, mis amigas sospechan que algo me sucede, pues me hallo exultante de felicidad y, de pronto, ¿esa invitación? Un club de intercambio de parejas. No pude negarme, me atraía la idea y más me atraía Samuel, pero, conforme se acercaba la fecha, dejé de estar tan convencida de que su propuesta me iba a excitar más de lo que él lo hacía, gozando los dos solos en una habitación de hotel.

Y aquí estoy, sin saber por qué he accedido a ir a este lugar, ya que hoy mismo he estado a punto de poner una excusa y no acudir a mi cita semanal con Samuel. Me encuentro en un antro oscuro con mi encantador amante, con sus palabras susurradas al oído, con toallas blancas que huelen a suavizante y con la mirada de un desconocido que me taladra y me quema. Mis mejillas deben estar rojas, aunque hay tan poca luz en este antro, que nadie lo percibiría. Ni siquiera Samuel, que está sentado a mi lado, ha descubierto que estoy ruborizada.

-Ese tipo te mira.

-Ese tipo lleva mirándome desde que nos sentamos.

-No está mal y ella tampoco.

-¿Quieres hablar con ellos?

-Solo si tú lo deseas...

-Cuando me contaste que estuviste aquí con una antigua amante, me dijiste que solo mirasteis, que solo os tomasteis una copa, porque tú estabas cohibido. ¿Conmigo no lo estás?

-Es la segunda vez que vengo y ella no era tan decidida como tú.

-No sé de dónde sacas que yo lo soy... Cuando me propusiste venir, acepté por morbosa curiosidad y te dejé bien claro que solo venía a mirar...

-Nada se hará que tú no quieras, creo que también yo lo dejé bien claro. ¿No te gusta él?

-No me gusta ella...

-Tal vez ella quiera probar contigo y no conmigo.

-Muy gracioso. Si quisiera probar conmigo, no estaría ahora comiéndosela a su pareja y mirándote para observar tu reacción mientras lo hace. No soy ciega. Si has notado como él me mira, te habrás percatado de que ella no te ha quitado el ojo de encima desde que nos sentamos enfrente.

-Es guapa y lo hace bien...

-¿Mejor que yo?

-No he tenido muchas amantes, pero mejor que tú, ninguna.

-No sé cómo me sentaría que otra te lo hiciera delante de mí.

-Pues yo no tengo la menor idea de lo que sentiría viendo cómo este tío te disfruta...

-Intuyo, Samuel, por cómo eres, que también gozarías viéndonos.

Mientras la pareja se deleita y nos provoca, pido a Samuel que me traiga un Martini. Observo el escenario y descubro varias parejas practicando sexo a la vista de todos, dos mujeres besándose y un hombre metiéndoles mano, un señor desnudo con la toalla enrollada en la cintura, paseándose por el local... Supongo que su acompañante está esperándolo en un reservado o en uno de los pasillos oscuros de los que me ha hablado. En ese momento miro hacia la barra y le veo...

Cuando regresa con la bebida, le pido que nos acerquemos a la lujuriosa pareja que no nos ha dejado de mirar desde que hemos llegado. Se sorprende, pero al segundo reacciona y me regala una de sus cautivadoras sonrisas. Nos acercamos a su mesa y saludamos, la mujer deja lo que estaba haciendo, se limpia la boca con el dorso de la mano y sonríe, el hombre devuelve el saludo y me da un beso en la boca, que me coge por sorpresa. Descubro que huele muy bien y que el beso no ha estado mal y se lo devuelvo. Samuel solo ha podido decir "hola, os presento a Diana y yo me llamo...", pues la mujer se le ha lanzado al cuello.

El hombre se llama Daniel, tiene cuarenta y tres años y ella es Ana, acaba de cumplir los cuarenta y están casados. Son asiduos a este y a otros locales similares. Él no es como su esposa, lo cual agradezco, ya que, al menos, he podido saber sus nombres. Comento que mi compañero se llama Samuel y Daniel vuelve a besarme. Esta vez no es un beso de saludo, sino apasionado. Besa muy bien. Me gusta. Le devuelvo el beso.

Hemos pagado un reservado. No tiene una cama redonda, como imaginaba, sino una king size. Samuel..., bueno Samuel está muy entretenido desnudando a Ana y yo me dejo llevar. Daniel es un hombre apasionado. Nos besamos, pierde sus manos bajo mi blusa, acaricia mis senos, se arrodilla, lame mi ombligo, vuelve a levantarse, mis manos revuelven su cabello... Mi ropa ha caído a mis pies y no tengo la menor idea de cómo ha llegado hasta allí.

Le he advertido que no he hecho esto antes y que no quiero tríos ni cuartetos. Ha sonreído y me ha comentado que está aquí solo para servirme... Me ha gustado escuchar esa frase de sus labios. Tiene una boca muy bonita y besa muy bien. He olvidado a Samuel y a Ana e, incluso, he dejado de escuchar sus gemidos para deleitarme solo con los de Daniel. Huele bien, es atractivo, ama aún mejor que sabe... Me ha gustado.

Son las dos y media de la mañana, Daniel y a Ana se han quedado en el reservado y nos hemos despedido de ellos, no sin que antes, éste nos diera una tarjeta. Es asesor fiscal y tiene su despacho en Serrano. Ana me ha dado un par de besos en las mejillas. Huele a One Million y es muy atractiva... He pedido a Samuel que me lleve a tomar la última copa a otra parte. Más de una hora en la habitación y él aún está en la barra. La mujer que lo acompaña es muy joven, bastante más que yo. Es rubia y tiene las tetas de silicona.

He pedido a Samuel que me deje su pluma, he escrito en una servilleta una nota y he pedido a un camarero que se la entregue al hombre moreno que está con la rubia de goma en la barra. Susurro a mi amante que quiero repetir otro día y sonríe. Pasamos al lado del hombre y de su acompañante y ni se percata. Ella le mete mano bajo el pantalón y él parece demasiado ocupado en gozar como para ver quién se cruza por delante de sus narices. Alcanzo a ver cómo el camarero le entrega la servilleta y su cara cuando comienza a leer...

Querido César: Tanto viaje de negocios debe resultar agotador. Este mes has tenido que ausentarte mucho y yo, te echo tanto de menos... Hoy he ido a cenar con mis amigas para despejarme un poco. ¡Cómo me aburro sin ti, cariño! ¡Qué bien que, al menos tú, te diviertas! A pesar de que son viajes de trabajo, ya me comentaste que si te llamaba por la noche, no me preocupase si no lo cogías, pues en las cenas se concluyen los mejores negocios... Supongo que estarás tomando algo con un cliente ahora. Ya me contarás a tu regreso cómo te lo has pasado. Tu esposa que te quiere, VENGANZA

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