Desde el muelle despedazado por el último huracán, con un pie en el sur que me dilatas y la sombra de un norte que se despierta con un été indien tan parisien a principios de otoño, entre nubes negras y perlas de plata que bifurcan en los labios que nos mordemos hasta hacerlos sangrar, la nave va. Va cuando recuerdas mi sonrisa y mi voz, y lo que despierta mi voz en la hambruna de tu pecho.Sabes que no veo esas olas que me cuentas, (nunca fuiste de versos) , y que se deslizan y se enroscan en los tobillos y en la sien, acicalando la inofensiva vehemencia de una resaca en calma.Me pides que retome la pluma como espada, que lacere la frontera que nos separa y alborota, que hay que seguir rompiendo normas, matando pijos e incautos cubiertos de efímeras felicidades, y entonces se debilita la sequedad entre los mordiscos del alma.Transgredimos los bálsamos que ya no curan. Sólo los que lo hemos sufrido llevamos las arrugas en el rostro sin querer esconderlas. Sólo los que pueden reconocer esos surcos entienden la desgana. No hay como haber pasado por las cosas para entenderlas. Y no obstante, no podemos hacer absolutamente nada cuando estalla la rabia, el desconsuelo y el aliento. No sé quién dijo que el dolor es catarsis. Y la catarsis es esa esquirla llamada memoria arrojada a los olvidos.Me dices que todos tiramos la toalla, y morimos. Que algunos ya no resucitamos pero seguimos en pie. Y que volvemos a morir y así sucesivamente.
Y si te quiero, es por eso, porque eres tan veleta como yo en días de ventisquero.