Revista Literatura
¿Cuántos mensajes navegaran a la deriva en este instante? ¿Serán una señal de auxilio, un deseo o una carta de amor al mundo?. A mi en especial me gustaría encontrar esta botella: en una playa de arenas blancas con olas grandes un día nublado, mientras camino por la orilla sintiendo la fuerte brisa del mar pegando en mi cara. Ya la veo flotando cerca de los roqueríos hacia mí, exhibiéndose para revelar su mensaje. Al tomarla, le miraría cada detalle externo tratando de dilucidar su tiempo de navegación y origen. Pero me sería difícil abrirla y leer los sentimientos que alguien desde un punto desconocido me confió sin saberlo. Estaré lo suficientemente preparada para comprender e interpretar la misiva.
Sé que al principio solo serán un grupo de letras unidas, que de seguro me parecerán lejanas. Sin embargo, el destino me las confío y esto me hace parte de ellas. Y a la vez me une de una u otra forma al propietario, a ese emisor que lanzo su sentir a la deriva. Pero por qué lanzar algo a la deriva; qué nos puede entregar esta simple acción de escribir en un trozo de papel, meterlo en una botella y lanzarlo al mar. Pues la respuesta hallada es: todos tenemos un deseo infinito de salir a la deriva para encontrarnos con nosotros mismos. Sí decidieramos ser nosotros los navegantes a la deriva nos enfrentaríamos nuestros miedos, descubriríamos los verdaderos anhelos que surcan nuestro ser y seriamos los héroes de nuestro mundo llamado vida. A la vez romperíamos barreras y dejaríamos atrás la seguridad para seguir en camino de la libertad. He aquí lo extraño la misión se la hemos encomendado a una botella, la que en definitiva será nuestro grito de auxilio al mundo.
Por eso toma total relevancia el receptor, este será el que deberá tomar la opción de ayudar o ignorar este grito de auxilio. El puede convertirse en el colaborador de un futuro caminante a la deriva.
(Imagen de Erik Johansson)
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