Miguel Parra
Hay tres aparatos que van a propiciar esa revolución: el telescopio, el microscopio y la cámara oscura. Tanto los matemáticos y filósofos naturales como los artistas van a utilizar estos ingenios para sus investigaciones. Si hay un problema que haya intrigado a todos los sabios, ese es el comportamiento de la luz y el proceso de la visión. Desde los griegos hasta la física actual, comprender cómo vemos el mundo ha sido uno de los grandes retos. A partir del Renacimiento, ese interés se intensifica. Para pintar la realidad había que conocer las leyes de la perspectiva, el funcionamiento de la visión, los colores… No es extraño que pintores y filósofos se preocuparan por poseer cualquier artefacto que les ayudase en esa tarea. En el siglo XVII hubo un gran progreso en la fabricación de lentes de buena calidad. Eran muy útiles en el negocio de los tejidos. Las necesitaban para ver el número de hilos de los paños. Su uso se generalizó, así que saber pulir lentes sin imperfecciones era un trabajo muy valorado. Era tan importante que algunos científicos las pulían ellos mismos, según sus necesidades. Fueron utilizadas en varias actividades, entre ellas la pintura. A lo largo de libro se analiza el uso de lentes, espejos y cámaras oscuras por los grandes pintores, como Johannes Vermeer. Las lentes cambiaron el modo de ver también de los científicos. Los investigadores sobre la luz y los colores utilizaron lentes para comprender tanto la naturaleza de la luz como el funcionamiento del ojo humano. La cámara oscura, con la ayuda de lentes y espejos, ofreció un modelo de la visión humana. Las viejas y persistentes teorías sobre los efluvios que salen del ojo hacia el objeto comienzan a dejarse a un lado en favor de otros modelos con mayor apoyo experimental. La cámara oscura también se utilizaba con fines topográficos. Construir cámaras oscuras portátiles supuso otro reto técnico. Hooke y Leeuwenhoek utilizaron diferentes tipos de microscopios. Los de Hooke eran de dos lentes y los de Leeuwenhoek, construidos por él mismo, solo de una. En su libro “Micrografía”, Hooke reunió todas las observaciones que había preparado para la Royal Society: corcho, hojas, arañas, pulgas, agujas… Leeuwenhoek fue más allá, tanto en los métodos de observación como en los temas. Se convirtió en un observador sistemático que enviaba por carta sus logros a la Royal Society. Y accedió a la vida microscópica: glóbulos rojos, esperma, tejidos, nervios… y ¡seres diminutos habitando en una gota de agua de un lago! Estas minuciosas y complejas observaciones abrieron nuevos horizontes para la biología, la medicina y la filosofía. Se tenía acceso a un mundo hasta entonces invisible, un mundo que parecía divisible hasta el infinito. Los mecanismos de la vida comenzaban a ser desvelados y las teorías sobre la reproducción y propagación de los seres vivos debían ser revisadas. La realidad era mucho más compleja de lo que parecía. Y había que confiar en los instrumentos para conocerla.Ver lo invisible
Publicado el 13 diciembre 2017 por Cerebros En Toneles
Comparadas con las de Galileo y el telescopio, las aportaciones de Antoni van Leeuwenhoek son mucho menos conocidas por el gran público. Como ocurrió con el telescopio, el término inventar ha de ser matizado, porque tubos con lentes ya existían. Lo que hicieron ellos fue mejorar la estructura y el uso de los aparatos para que fuesen más eficientes y significativos en las ciencias. Hoy, en un mundo saturado de pantallas y de imágenes efímeras, no caemos en la cuenta de lo reciente que es esta infinita pluralidad de mundos que nos aportan los instrumentos de observación. Los primeros investigadores de lo pequeño se quedaban extasiados ante los seres vivos más diminutos que se conocían: los insectos. La editorial Acantilado acaba de publicar “El ojo del observador. Johannes Vermeer, Antoni van Leeuwenhoek y la reinvención de la mirada”, de Laura J. Snyder, historiadora y profesora del St. John´s University en Nueva York. El libro nos habla de dos ilustres habitantes de la ciudad neerlandesa de Delft: Vermeer es muy conocido por sus cuadros, como “La joven de la perla”; Leeuwenhoek por su crucial papel en la mejora y el uso del microscopio. Pero no hay pruebas de que se llegasen a conocer personalmente. El texto va narrando las dos vidas, en paralelo. Nos describe el contexto social y cultural de los Países Bajos, las condiciones económicas y técnicas que hicieron posible la aparición de una nueva forma de mirar la realidad en el siglo XVII.