Son cuatro pasitos que deben de caber en un pañuelo.
La elegancia de las guayaberas, el blanco de los abanicos y los volantes de las faldas perfumados por el puerto de Veracruz, los marineros que llegan así no más de cualquier barco, sus playas, su gente.Cuando llegué a Veracruz lo primero que hice fue llegarme hasta La Parroquia, allá los lecheros salen golpeando fuerte las antiguas jarras de latón con la leche y te sirven unos desayunitos de espanto, las enchiladitas de mole, los bollitos de azúcar, y todo ello bajo el son de las marimbas, los limpiabotas, y los mexicanos que siempre andan dispuestos a hacerle un favor a una. Las playas, y los paseos a caballo, los camarones en cucuruchos de papel con su tabasquito y los taquitos de canasta, y las nieves de limón (que me costaron una hepatitis por desoír los buenos consejos de mis amigos mexicanos…) pero qué ricos!!!Yo no pensaba salir de allá sin bailar ese danzón y aprenderlo, quien me acompañó en aquel viaje odiaba los bailes de cualquier tipo, era un amargado, pero decidí que dos meses de paseo por México no me los iba a aguar un güerito, así que se marchó para el D.F. y yo ya luego salí para Oaxaca y Puerto Angelito.Por lo que, ya solita, ni corta ni perezosa, le puse ojitos a un veracruzano, y sacó el pañuelo del suelo, y me dijo, ándele malagueña… El danzón es un baile dulce, es un paseíto por el cuadradito de un sueño…Aquí os dejo una película de María Novaro, Danzón, que os gustará.Cuando viajo, reconozco que más allá de todo aspecto cultural, me gusta antes que nada pelearle a la gente, probarlo todo, y aferrarme a cualquier cosita más allá que la del paquete traicionero. Por eso soy más de mochila que de maletas.