Revista Diario
Un fin de semana puede dar tanto de sí como unas vacaciones. Lo sé porque me ha ocurrido. Éste que acabó ayer es un ejemplo. Volver (siempre volver) a Punta Umbría, donde viven algunos de mis grandes amigos y hacer que las horas se conviertan en vivencias preciosas.
La compañía ayuda. Y la sonrisa de Cecilia tomando para sí el reino de la playa, también. Aunque, la verdad, es que vigilar de cerca sus aventuras cansa físicamente mucho más que dos horas de gimnasio.
Pero es una alegría verla corretear, libre y sin miedos, junto al agua y bajo el sol, haciendo amigos como los que yo he hecho en ese pueblo, que siento casi mío, porque siempre me ha recibido con los brazos y las puertas abiertas. Este fin de semana, que vale como unas vacaciones, he comido más pescaíto que nunca en mi vida, he charlado con amigos, he bebido mojitos, y hasta he tenido tiempo para volver a sentirme parte de la familia de los Contreras-Cordero cuya casa hacía mía en los veranos de mi adolescencia.