No me canso de repetirlo. España es un país de zambomba y pandereta. Seremos todo lo democráticos que queramos, podremos presumir de tener la mayor red de kilómetros de alta velocidad de la Unión Europea, seremos capaces de tener la más moderna tecnología en nuestros hospitales, y también de vanagloriarnos con nuestra más que exquisita cantera de escritores notables, pero somos capaces de pulverizar todo esto (y mucho más) ante un espectáculo como es un partido de fútbol, máxime si juegan los dos equipos más grandes de este país, que representan la decencia y la humildad, y la chulería y la ordinariez más absolutas, respectivamente.
El pasado miércoles, en medio de la marabunta que supone un derbi así, entrevistaron a un Presidente autonómico que, más allá de su popularidad, lo cierto es que delante de ‘una alcachofa’ no anda con paños calientes para decir verdades como puños. Le preguntaba el periodista de turno que cómo era posible que su comunidad fuera la única que no dispone de un ente público de televisión autonómica. Su respuesta fue clara y contundente, y nada electoralista. Pero sí real y sincera. Afirmó que mientras él ostentará la Presidencia de la Comunidad, ésta no dispondría de televisión autonómica, dado que éstas son un ‘agujero sin fondo’ de deudas y de chamullos. “¿Cómo nos vamos a gastar el dinero en una televisión autonómica, si tenemos cosas más importantes por arreglar, como nuestra red de carreteras, las residencias de mayores, nuestros hospitales, o nuestros colegios?”. No fue electoralista en estas afirmaciones; tampoco fue crítico con nadie. Solamente demostró cuáles son sus prioridades. Probablemente para otros presidentes actualmente su prioridad pasa en este momento por evitar sentarse en un banquillo, ‘acosar y derribar’ a cualquier otro gobierno que no piense como él, o llevar en sus listas electorales a personas implicadas en casos de corrupción.
¡Qué diferencia de unos a otros!
Al Presidente le preguntaron que cómo se las arreglaría para ver el partido, y dijo que viajaría unos 50 kilómetros para verlo en una localidad en dónde si se coge la televisión autónomica de la Comunidad más próxima, y, en su defecto, lo escucharía por la radio, y asunto concluido.
Este buen señor ha sido motivo de criticas y parodias por su forma de ser y por su manera de entender la política y lo que ello implica cara a la ciudadanía, pero siempre esas críticas le importaron un comino.
Ya me gustaría a mi que en cualquiera de mis dos comunidades autónomas (porque yo si puedo decir que me siento de dos comunidades), cualquiera de sus dos Presidentes fuera tan transparente y tan sincero como nuestro prota, que dirían nuestros jóvenes.
Se acercan las elecciones. Y el hedor es más que notable. Mientras unos intentan salir lo más indemne posible ante las sanguinarias dentelladas que está dejando la voraz crisis económica, otros, divididos y sin orden ni concierto, se dedican a sembrar la discordia y la basura que tienen en casa, mientras otros resucitan y se creen los mesías del mundo.
Al final me quedó con el Presidente (con ‘p’ mayúscula). Me da igual cómo interprete su actividad al frente de su Comunidad. Sus extravagancias protocolarias son plausibles. Todo, absolutamente todo, queda en un segundo plano si sus actos son consecuentes con sus conciudadanos. El resto no puede salir incólume. Los hay mediocres, y los hay edulcorados. Pero a éstos los dejo aparcados de momento.
A lo que íbamos. Las verdades son las verdades. No todos se atreven a decir las cosas por su nombre. Por eso el protagonista de hoy es valeroso, y por esta valentía así le va. Pero a él le importa poco. Todas las noches, confesó en cierta ocasión, duerme con la conciencia tranquila. Otros no pueden decir lo mismo. Pero ya veremos quién tiene la última palabra.