Yo he querido retroceder en el tiempo. He fantaseado con eso varias veces, en el mismo ánimo de la socorrida fantasía de ganar un millón de pesos, o diez millones; me pregunto con afán si será mejor retroceder hasta tal punto o hasta tal otro; imagino que estoy ahí, sabiendo lo que sé -de otra forma no tendría sentido-, y hago las cosas de modo diferente. Algo de frustración queda cuando termina la fantasía. Pero un día aprendí que Dios puede deshacer los embrollos en los que nos metimos, rehacer y restaurar, mejor que si una pudiera viajar en el tiempo con riesgo de cometer no los mismos errores, pero sí otros. El día que aprendí eso me sentí aliviada. Hoy me viene bien recordarlo.
Silvia Parque