-Discúlpeme, señorita, ¿cómo logra usted un tan fino cutis? Espero entienda mi impertinencia, pero…- hizo una pausa dramática, aderezada con una zalamera mirada.
La mirada bovinamente incrédula del camarero paso a ofendida queja mientras se mesaba la poblada barba.
-Mira que gracioso… ¡El gilipollas de las once y cuarto!
-Tampoco es para ponerse así, señorita. Bastaba aludir a alguna manida razón, como pudiera ser la presencia de su marido en el boliche… y aquí paz y después gloria…
Allá es cuando Leopoldo no pudo más, se levantó las enaguas y le propinó un puntapié en los neutrinos al excéntrico caballero, enviándole al mismo siglo XIX del que nunca debió salir.
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