No se queja mucho. Se queja más. Sara Bayona está convencida de que la vida le ha jugado una mala pasada. Una enorme trastada que abarca todo su pasado y, lo que es peor, todo su futuro. Es madre, esposa… y hasta ahí puede contar. Ella, cuya ilusión voló gracias a esa ráfaga de viento que llaman vida. Ella, que poseía la más salvaje de las imaginaciones.
La mujer de Tomás Caro comparte junto a él una apacible existencia; una gran casa con jardín, servicio, e incluso un buen coche con el que acercarse a Sevilla desde el Aljarafe, a pasar la tarde de compras o de cafés, cada vez que lo desea. Por tener tiene hasta algunas amigas de su misma quinta y pelaje con las que despellejar a esas otras que sí lucen lo que a ellas les falta: una ocupación. Una motivación más allá de lo obligado.
Pero hoy Sara experimentará algo inexplicable incluso para sí misma. Hoy la amiga de pocas querrá escapar de su rutina. ¿De su vida?
-¿Qué es esto? Sabes que odio abrir el correo, Tomás. ¿Acaso hay algún sobre para mí?
-Yo también me alegro de verte, Sara. Y te equivocas: ese sí viene con tu nombre y apellido escritos a mano. Ya me contarás…
-¡Menuda tontería! ¿Por qué iba a ser algo más que propaganda? Lo llamativo es lo del bolígrafo. Venga, a ver qué me quieren vender ahora.
Sentada en el sofá la mujer descubre, sorprendida, que la cuartilla que guarda el sobre manuscrito también lo está; intrigada, se coloca sus gafas negras de pasta, y lee en voz alta:
–”Estimada Sara: le escribo porque guardo unos objetos que podrían ser suyos. Me gustaría que pasase usted por mi oficina, sita en el módulo 7.1 del edificio Sevilla 2, San Francisco Javier, 9. No se alarme, solo se trata de algunos enseres que prefiero queden en poder de sus antiguos dueños, antes de cerrar mi empresa. La cita se ha fijado para la tarde del próximo cuatro de junio, y le ruego haga lo posible por asistir. Firmado…”
-¿Firmado? Venga, mujer, no te hagas la interesante. ¿Quién te escribe?
-(Bruno…). No hay firma. Tampoco nombre ni más datos. Debe ser un error.
-¿No hay ningún remite? Déjame ver.
-Te digo que no. ¡Mira!
-No, no hay nada… ¿Qué piensas hacer?
-Aunque parece una equivocación, aún falta más de un mes, así que ya lo pensaré. Tal vez debería acudir para aclarar que es imposible que en ese lugar pueda quedar algo mío. ¡Nunca he estado allí! Ahora comamos, que Sole ha preparado ya la mesa. De repente me ha entrado un hambre atroz. La ansiedad se calma tragando, Tomás. Siempre lo digo.
Pero Sara no esperará un mes para nada: desde el primer momento sabe que irá a esa cita, pues de no hacerlo la curiosidad, que siempre termina matando, acabará con ella. Recuerda el viejo proverbio: añorar el pasado es correr tras el viento, pero desprecia el aviso. La carta le otorga algo más de treinta días antes de volver al lugar donde una vez fue feliz. Y su marido -que nunca supo- no debe saberlo, de modo que esconderá su nueva sonrisa y continuará como si nada.
Poco a poco la mujer dolida con su destino se siente mejor. La irascible ansiedad del principio da paso a la tranquilidad, y el apetito de antaño se calma… sin tragar. Desea estar lo mejor posible, de modo que comienza a hacer dieta y ejercicio, y la peluquería transforma su clásica melena en un “pixie” platino que ya llevó. En solo un mes Sara rejuvenece diez años.
Mañana será cuatro de junio, el día que comenzó a trabajar en I+S. El matrimonio cena frente al televisor y es Tomás quien recuerda y rompe el hielo.
-Mañana tienes la cita del correo. ¿Vas a ir?
-Creo que sí. ¿No te importa, verdad?
-No… Si me necesitas, dímelo.
-Eres tan elegante y generoso, Tomás. A veces recuerdo por qué me casé contigo.
-Yo siempre, Sara. Aunque reconozco que desde hace un mes lo tengo más presente. Eres más tú. Más aquella…
-Más aquella que era ¿no?
-Más aquella que eres. Sabes que puedes confiar en mí, cielo. Pase lo que pase, surja lo que surja, yo estoy aquí.
La mujer del “pixie” sabe justo lo contrario: que no debe hablar a su marido de aquel empleo que ocupó su vida un par de años antes de conocerlo, y mucho menos del hombre que dirigía la empresa y del que, tal vez, aún siga enamorada…
Un día después Sara enfila la avenida San Francisco Javier, decidida a aparcar su coche lo más cerca posible del edificio de oficinas. En algún momento de esta locura siente una especie de déjà vu que rechaza. Prudente al volante, su corazón viaja disparando límites. Al fin llega al módulo 7.1 del Sevilla 2.
Sara Bayona se encuentra justo delante de la puerta de cristal que años atrás cobijara las instalaciones de I+S. La oscuridad que ahora guarda traspasa la entrada hasta helar sus venas. Hasta matar sus ganas. No hay nadie. No hay nada (“No, no hay nada… ¿Qué piensas hacer?”). Alguna caja de cartón en el suelo y mucho polvo en la cerradura de metal a la que tanto brillo sacara… Cuánta metáfora en tan poca esperanza. Solo queda desandar la ruta y agachar lo platino hasta la próxima. Porque es probable que haya una próxima.
Fuera, junto a su coche, ya la espera Tomás. Como otras veces, como otros años. Con el tiempo, la frecuencia de la nostalgia se hace fuerte, así como los desvaríos y las fantasías. Él la ama como nadie jamás, y la recibe tierno y paciente, maldiciendo para sí la publicidad cutre de bolígrafo que dio pie e impulso, y ella a veces -como ahora- recuerda por qué se casó con él.
E inicia el viaje de vuelta.
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