Revista Literatura

Viaje temporal-1

Publicado el 18 mayo 2013 por Xabelg

Viaje temporal-1
Ernesto Medina, era un empleado de 38 años en Mobile Home, un establecimiento de de telefonía móvil, y componentes informáticos. Ernesto no estaba demasiado a gusto en los tiempos que corrían, le resultaba incomodo convivir con tanto aparato tecnológico, que, por otra parte había que tener en cuenta, que la tecnología se renovaba cada poco, con lo que era un lío tener que lidiar con todo ello. No es que tuviese problemas para trabajar con el material, pues sabía venderlo muy bien, tan sólo con sonreír un poco, con esa cara de eterno adolescente rubio, ya se metía en el bolsillo a los clientes. Su menuda estatura les daba confianza, no se sentían intimidados, sino que despertaba simpatía y confianza. Por otra parte, los productos se vendían sólos, solo tenía que sacar a relucir sus características, era un trabajo fácil, y relativamente cómodo para él.
No era eso lo que le molestaba, simplemente  no sentía que la época que le estaba tocando vivir como suya. A veces le invadían oleadas de nostalgia, que en su horario laboral trataba de mantener a raya. Esa nostalgia no se debía únicamente a la traumática ruptura con Silvia, añorando los buenos tiempos que con ella pasó, su nostalgia iba más hacia atrás en el tiempo, un tiempo anterior al que si sentía como si perteneciera, más sencillo y directo.
Cuando la tienda cerraba al público, una vez cumplido su horario habitual, cuando ya no había clientes o nadie que pudiera verlo, dejaba aflorar al exterior esa sensación, como añorando su propia historia, aquellos años del pasado. Temía que era lo que pudiese deparar el futuro, y contemplaba reverencialmente sus años anteriores, los años en los que cohabitaba con su no olvidada Silvia, y aún más allá, sus años de aprendizaje, cuando el mundo era nuevo y sorprendente aún, años de niñez, esos adorados años 70-80.
Así era como vivía, en una rutina preñada de añoranza de lo que sabía que no podría volver, por mucho que lo desease. Como todos los días, tras el trabajo, intentaba diluir sus penas en el bar que tenia bajo su casa, el Copa Rota.
Era un día especialmente agobiante, en el que los clientes parecían haberse puesto de acuerdo para bombardear a preguntas a Ernesto, preguntas que sólo podrían responder los fabricantes de teléfonos móviles, además de llevar más de una semana con unas escasísimas ventas, un bajón de ventas que quizá por la galopante crisis, o por lo caro de algunos modelos. Con semejante panorama, Ernesto no veía la hora de acabar la jornada y largarse de ahí, olvidarse de los pelmas hasta el lunes, ya comenzaba su fin de semana. En cuanto dio la hora de cierre, se largó disparado hacia su casa, con la consabida parada en el Copa Rota.
Ese día estaba especialmente tenso, y necesitaba tomarse algo, pero ese día su sesión cervecera se extendió algo más de lo habitual, yendosele un poco la mano con el material etílico, ya que además de las acostumbradas cervezas, abrazó algún licor de alta graduación, como el whisky, mientras lloriqueaba algo más de lo acostumbrado a Miguel, el propietario del bar, que normalmente no le hacía excesivo caso, pero en esa noche se estaba poniendo muy pesado, por lo que Miguel, antes de que Ernesto montara un escándalo que espantara la clientela que allí tenía, optó por invitarle a irse, que durmiera la mona en su casa, que no podía permanecer allí en ese lamentable estado, que si el tenía penas, los demás también, y no montaban un espectáculo por ello. Como Ernesto se hizo de rogar, Miguel acabó alzando la voz para decir que se fuera a tomar por el culo de allí ipso facto.
Al final, no quedó para Ernesto más remedio que irse, no fuera que Miguel, con el carácter que tenía, y el armario que estaba hecho, lo echase a golpes, que no era plan de acabar molido a palos un viernes por la noche. Optó por irse a casa, que era lo más cercano, y lo más prudente, arrastrar su borracho cuerpo a otro bar, podría ser una ruina, en más de un sentido.
Caminando como un zombie mareado, recorrió la corta distancia que restaba hasta su domicilio, abriendo el portal, cosa que le llevó sus buenos cinco minutos, tal era la melopea con la que cargaba, inspiró como para coger fuerzas para el último esfuerzo de la jornada, y se pasó la mano por la cara, para limpiar los restos de sus recientes lloriqueos. Subió los diez escalones del portal agarrándose al pasamanos con los dos brazos, por si acaso. El ascensor estaba ahí, y lo abrió con ansia, queriendo terminar con un día nefasto, pero no calculó bien el ángulo, y se dió con la puerta de metal en la cara. El golpe, combinado con el alcohol que recorría su organismo, fue una combinación insoportable, y cayó como un saco, perdiendo la escasa consciencia que le restaba.
Cuando volvió a abrir los ojos, muy despacio, sentía como si sus neuronas estuvieran bailando break en el interior de su cabeza, se encontró sentado en el suelo, y se levantó como pudo. Mientras lo hacía, vio que había dejado un pequeño regalo en el suelo, una pequeña regurgitación. Ya que estaba en el ascensor y en su piso, pensó que tendría que buscar algo para limpiar aquello.
Le invadía una extraña sensación, como si estuviera fuera del mundo, todo le parecía diferente, incluso la luz. Para Ernesto, había algo fuera de lugar, aunque podría ser consecuencia directa de la pequeña borrachera que por suerte, ya se iba evaporando.
Aunque la cabeza se le estaba empezando a despejar, aún no podía pensar con claridad. Necesitaba un lugar donde dejar caer el cuerpo un rato, su sofá era bastante idóneo para ello, solo esperaba poder limpiar lo que había manchado sin que ningún vecino le viese, y dormir. Había tenido suerte de que no le hubiese visto nadie allí tirado, como un borracho terminal. Suerte que no había pasado más que una media hora así.
Ya iba a meterse en casa cuando la llave se negó a meterse en la cerradura, volvió a intentarlo repetidas veces con todas las llaves que tenía, comprobó si se había equivocado de piso. No, ni de piso, ni de planta. Miraba la llave, maldiciendo al mundo, que clase de broma era esta?
Decidió salir al exterior, necesitaba un poco de aire fresco, pero lo hizo bajando las escaleras, ya había tenido bastante de ascensor por el momento. Cuando salió a la calle, la fresca brisa de la noche le refrescó, y pareció revivir un poco. El cuerpo le pedía un pequeño paseo para estabilizar el organismo.
Recorrió las mismas calles por las que tantas veces había caminado, mirando con atención a su alrededor, y se detuvo. Algo parecía distinto, muy distinto, y no por el efecto de la oscuridad de la noche, ni por los residuos de alcohol que le quedaban dentro.
Pasó un coche, que le llamó la atención, y no pudo creer lo que estaba viendo. Aquel coche era un Renault 8, si, un Renault 8 de cuatro faros. Hacía mucho tiempo que no se veía un coche así en ninguna parta. Acaso habría una concentración de modelos antiguos?
Reanudo el paso y se dirigió al Copas Rotas, un café, necesitaba un café con urgencia. Pero cuando llegó allí, no se encontró ningún bar, sino un comercio cerrado, con la verja echada, levantando la vista, vio el cartel con el nombre del comercio: Simago, con esas orgullosas letras, y ese anagrama de la ese, que recordaba vagamente a la ese de Superman invertida. Aquello no podía ser.
Empezó a pensar que le pasaba algo, algún tipo de demencia. Se dirigió hacia su casa, mientras echaba mano de su teléfono móvil, sin cobertura. Aceleró el paso, mientras se devanaba los sesos, sin saber que estaba pasando.
A pocos metros de su casa, vio un bar abierto, y entró a tomar algo y sentarse un poco. Había poca gente y estaba vestida de forma un poco extravagante, camisas de cuadros feísimas, y pantalones acampanados. Pidió al camarero un café con leche, y mientras le servían, agarró un periódico que por allí había y se fijó en que en portada presidía la noticia del asesinato de los marqueses de Urquijo, extrañado, miró la fecha. Se quedó petrificado, según el periódico, estaban en Agosto de 1980. No podía ser, tenía que haber una explicación racional a todo esto que estaba pasando. Quizá estuvieran filmando una película ambientada en esos años, y de ahí toda la parafernalia. No se le ocurría que otra cosa pensar. Se tomó el café de un trago, y llamó la atención del camarero, un hombre barbudo y voluminoso, para que le cobrara y poder irse.
- Digame, caballero. - Le dijo el camarero.
- Cobrese el café, por favor - Respondió Ernesto, sacando un billete de 5 euros.
- Son 35 pesetas.
- Cobreme aquí - Le dijo Ernesto, sin reparar en lo que le había dicho el camarero.
- Oiga, señor, que es esto? - Le dijo el camarero, sosteniendo el billete ante sus ojos, mirándolo como si fuese basura.
- Cóbrese el café de ahí. - Le dijo Ernesto, notando que su voz perdía fuelle, algo atosigado ante lo que le rodeaba.
- De acuerdo, deme las 35 pesetas, y no dinero de juguete. - El camarero no sonreía, pero parecía divertido por la situación.
- Eeeh... un momento. -Ernesto no sabía que hacer ni donde meterse, se metió la mano en el bolsillo, aún sabiendo que no iba a servirle de nada. Empezaba a sudar lo que le quedaba de alcohol.
- No se preocupe, esto lo pago yo. - Sonó una fuerte voz tras Ernesto.
Ernesto se giró, y vio a un hombre de perilla, moreno, con una camiseta roja, sin dibujo, que le miraba.
- Muchas gracias, es usted muy amable. Me ha sacado de un buen apuro. - dijo Ernesto, limpiándose la frente con el dorso de la mano.
- No hay de que. Convendría que habláramos discretamente, si me hace el favor.
- Como usted guste.
Ernesto salió del local tras el desconocido que le había ahorrado una bochornosa escena. Ya en la calle, el hombre se le dirigió.
- Mi nombre es Pedro, permíteme tutearte. Seguramente te estés preguntando que es lo que pasa, imagino.
- Encantado, me llamo Ernesto. Y si, me pregunto que es lo que pasa. Están rodando alguna película o algo así? Todo es muy raro.
- Desgraciadamente no, no es una película. Todo esto está sucediendo realmente. Yo sé lo que sucede, has retrocedido en el tiempo. Yo lo sé, porque soy un centinela de la corriente temporal.
- Venga hombre, eso no puede ser. Me estás contando una historia que no se puede creer.
- Ernesto, puedes creerlo o no, te invito a comprobarlo, mires a donde mires, solo verás las cosas de 1980. Tu 2012, aun no se ha producido. Tu mismo te darás cuenta de ello.
Ernesto no dijo nada, corría una fresca y agradable brisa, pero él notaba que le faltaba el aire. O estaba frente a un mentiroso compulsivo, frente a un loco, o la situación era mucho peor si todo era cierto.
   CONTINUARÁ

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