Revista Literatura

Viaje temporal-3. Hombre del mañana

Publicado el 22 mayo 2013 por Xabelg

Viaje temporal-3. Hombre del mañana
La mañana se fue abriendo paso, y ya alumbraba la luz del sol, dando al cielo su brillo. Ernesto, fue despertándose poco a poco, abriendo los ojos, y viendo en donde estaba. Notaba el cuello un poco agarrotado, y maldijo interiormente al sofá, a Pedro, y a todo bicho viviente que caminara sobre la superficie de la tierra. Se incorporó un poco, y se quedó sentado unos minutos, encendiéndose un cigarrillo, mientras pensaba en que podía ser lo que le deparaba el nuevo día, en el fin de semana más extraño de toda su vida. Miró su reloj, las diez, se puso los zapatos despacio, mientras fumaba hasta que aplastó la colilla en el cenicero. Se puso en pie, dispuesto a dar carpetazo a aquel asunto de una vez. Si, hoy todo se aclararía.
Salió de la sala, en busca del cuarto de baño, para atender a un imperativo biológico. Su cuerpo había decidido que le sobraba cierta cantidad de líquido. Acertó a la primera, y cuando se hubo descargado, se sintió un poco más ligero.
Al salir del cuarto de baño, se encontró en el pasillo con Pedro, que ya estaba en pie, y se saludaron sin demasiada efusividad, lo que,  teniendo en cuenta las circunstancias, era lo natural. Ernesto pensó que había tenido suerte al encontrárselo vestido, sólo faltaba que tuviera que toparse con el en ropa interior, lo cual ya sería demasiados sobresaltos para tan pocos días.
Mientras esperaba a que Pedro terminase lo que quiera que estuviese haciendo y saliera del baño, Ernesto se entretuvo hojeando unas revistas que estaban encima de un mueble en el pasillo. Eran ejemplares atrasados de la revista Ajoblanco, y algún número de el Víbora.
Después de un rato, oyó abrirse la puerta del baño, y Pedro salió y le dijo:
- Ah, aquí estás, eh? Muy bien, preparado para darte una vuelta por 1980?
- No, pero sí preparado para saber que coño pasa aquí.
-Pues allá vamos- Dijo Pedro esgrimiendo esa sonrisilla que exasperaba a Ernesto
A los pocos segundos de salir del piso, y comenzar a bajar las escaleras, Pedro se detuvo y se giró hacia Ernesto.
-Oye Ernesto, si puedes evitarlo, te sugiero que no saques el móvil, y si lo haces, procura que nadie te lo vea. De todas formas, aquí, en este tiempo, no funcionará.
- Ah si? pues espera un momento, voy a comprobarlo.
Ernesto sacó del bolsillo el teléfono móvil, para ver si le estaba tomando el pelo, pudo ver por si mismo que así era, que su teléfono no solamente no tenía cobertura, sino que ni tan siquiera se veía en pantalla el nombre del operador. No había redes móviles ni inalámbricas, así que, ni cobertura, ni internet, ni nada que se le pareciera. Allí, el móvil sólo le serviría para hacer funciones de calculadora, de despertador, y de pisapapeles. Se lo volvió a echar al bolsillo, fastidiado, mientras entonaba un sonoro "joder".
Cuando pisaron la calle, no esperaba ver el escenario que vió. La gente con la que se cruzaba, vestida con ropas que a el se le antojaba muy estridente y de chillones colores, con una estética más libre de la que estaba habituado. Los coches que circulaban, Cuatro latas, Dos caballos, Seat 127, Renault 5, Peugeot 504, Simca 1200, Talbot horizon, esos vehículos que ya no se veían ni en las exposiciones de coleccionistas. A cada paso que daba, cada cosa que veía, le dejaba boquiabierto.
- Oye, te encuentras bien, Ernesto?- Preguntó Pedro en vista de la cara de susto que se le estaba poniendo.
- Si, si, todo está bien...
- Bueno, ahora debemos ir a hacer una pequeña compra, si no tienes inconveniente, será una cosa rápida.
- De acuerdo, no tengo ninguna objeción al respecto- Contestó Ernesto con la cabeza en otras cosas.
Pasaron por delante de una librería, una librería que Ernesto recordaba que se había cerrado muchos años atrás, dejando en su lugar un vacío y desolado local, sin uso, abandonado. Pero ahí estaba la librería, abierta y refulgente, con un continuo fluir de curiosos y clientes, entrando y saliendo. Ernesto empezaba a ponerse un tanto nervioso, las evidencias se iban acumulando, y eso era algo que le incomodaba un poco. Hasta ese momento, no había contemplado la idea de que las cosas que Pedro le decía, pudieran ser la verdad.
Cuando llegaron al lugar a donde Pedro pretendía ir, la imagen de ese lugar, sacudió a Ernesto como si de una descarga eléctrica se tratara. Era el mismo lugar que había visto el día anterior, cuando deambulaba sin rumbo. No podía ser, pero ahí estaba, se quedó a la puerta unos segundos, y penetró en su interior.
Se encontraba en el otrora orgulloso Simago, la poderosa y omnipresente franquicia de supermercados de aquel tiempo, no había ni rastro del bazar chino que estaba habituado a ver allí. Era real, lo estaba viendo, era inconfundible, las bolsas de plástico amarillas con la gran S, el hilo musical, el olor a palomitas que emanaba de la máquina instalada en un rincón de la entrada, las madres con sus díscolos hijos...era increíble, pero ahí estaba, tangible, al alcance de los sentidos.
En un último intento, husmeó en busca de algún indicio que le revelara que aquello era un simple espejismo, buscando entre las publicaciones expuestas la fecha, para tranquilizar su ánimo, pero fue una pesquisa infructuosa, y la duda razonable se convirtió en certeza, nada de 2012, sólo 1980. Todo aquello no era ni montaje ni ilusión óptica, no había lugar a dudas. La ciudad era misma, la que siempre había conocido, y todo estaba en su justo lugar, lo recordaba muy bien, los recuerdos de esa época eran muy nítidos y no se habían diluido jamás de su mente. Ya era consciente de que cualquier otra cosa que hiciera, comprar un periódico, encender un televisor, no le daría otra respuesta que la que ya tenía.
Mientras tanto, Pedro ya había terminado de coger lo que precisaba para aquel fin de semana, pasó por caja, y salieron, sólo había ido a por un litro de leche, que le faltaba en casa. Eso también le pareció curioso, comprar sólo lo necesario, en contraposición a lo que siempre veía en su día a día. Se le acercó y le pregunto:
- Pedro, necesito tomar un café, podría ser que hiciéramos una parada, si no tienes prisa?
- Sin problema, no tengo nada más que hacer, vayamos, pues.
Ernesto necesitaba pararse y tomar asiento unos momentos, para asimilar la nueva situación en la que estaba sumido. Eligieron una cafetería cercana, en la que había apenas clientes.
- Bueno, que, has visto ya suficiente, o aún necesitas más para verlo claro todo?- Le dijo Pedro, con un tono socarrón.
- Ha sido... demasiado- contestó Ernesto.
Pidieron un café en la barra, atendidos por un camarero entrado en años, y con las gafas de cristal más grueso del mundo, aquellos cristales podían servir como lentes para un telescopio, pensaba Ernesto. Cogieron los cafés y se los llevaron a una mesa, que estaba apartada del resto de los clientes, concentrados en la barra.
- Entonces, por fin eres consciente de donde, o en este caso, de cuando estas, no?- Le soltó Pedro
- Si, pero... no se como, ni el porqué, no puede ser que ésto me haya tocado a mi.
- Pues así es, Ernesto, eres uno de esos escasos seres vivos, de los que por alguna razón ha sido dotado de habilidades extraordinarias, ya se que suena extraño, pero ya ves que así es. Yo, si quieres, puedo orientarte, y por supuesto evitar que desencadenes alguna catástrofe por un mal uso de esas habilidades.
Ernesto levantó la vista hacia Pedro, casi en estado de shock, y le respondió.
- Entiendo, ahora empiezo a entenderlo, pero... si todo es cierto , aún tengo un problema. Si esto es 1980... aquí no tengo a donde ir, no existo como adulto. Además, habré perdido todo cuanto tenía en 2012, mi vida, y mi empleo, con lo que me costó conseguirlo, tal y como están las cosas.
Pedro parecía divertido escuchando los lamentos de Ernesto, y no pudo evitar que se le escapara la risa, lo que hizo que Ernesto le fulminara con la mirada. Cuando Pedro se cansó de carcajearse, le dijo a Ernesto:
- No seas cenutrio, No tienes ningún problema, joder! Lo que te ha sucedido no ha sido un accidente, ni has venido subido en un Delorean. Tú eres quien tiene la capacidad de moverte por el tiempo a voluntad. Puedes volver a 2012, o a la época que elijas cuando quieras. No perderás nada de tu propia vida, asi que deja de lloriquear.
- Ah si? Pues ya me dirás como hacer semejante proeza, tío listo, porque yo, desde luego, no tengo ni puta idea de como se hace eso.
- Muy fácil, querido quejica, tan sólo tienes que acceder mentalmente al centro de tu poder, yo te guiaré, y te ayudaré a afinar tus habilidades, para que controles tus saltos temporales.
- Puede conseguirse eso de verdad?
-  Si, pero... para ello, quizá debas quedarte en ésta época una temporadilla.
- Como dices?- Ernesto palidecía por momentos.
- Eh, tranquilo, eso no se consigue de la noche a la mañana, sabes? Requiero algo de práctica, y un poquito de tiempo.
- Un poco de tiempo, dices? ay, joder!
- Cálmate, no te preocupes, pronto veremos progresos, y será como si nunca hubieras dejado 2012.
- Repito, cuanto tiempo hace falta para eso?
- Muy poco, será cuestión de unas dos semanas, como máximo.
- Semanas... - Murmuró Ernesto para sí. La sola idea le helaba la sangre. Volver a vivir en el año 1980, esta vez como adulto, y acostumbrado al año 2012, del que provenía, podría suponer un contraste muy grande para su modo de vida, durante el tiempo que permaneciera allí, aún suponiendo que no perdiera todo por lo que había luchado en el siglo XXI.
- Dime una cosa, Pedro, y si no aceptara ese digamos, asesoramiento tuyo, que pasaría?
- Oh, pues nada del otro mundo, tan solo que si no quieres aprender a utilizar tu habilidad, tendrías que permanecer aquí de por vida, sin nada que yo pudiera hacer al respecto.
Ernesto no sabía si reír o llorar, no sabía como debía reaccionar ante semejante situación, que nunca podría haber imaginado. Todo aquello, era, para el, un impacto de titánicas proporciones. Cuando se recompuso un poco le dijo a Pedro:
- Bueno, supongo que no tengo mejor opción que aceptar, tu orientación.
Pedro exhibió una de esas irritantes sonrisas, y Ernesto prefirió fijar su atención en el café, antes de que se le enfriara. Mientras una vez más, maldecía para sus adentros.

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