A Ernesto le gustaba vivir en los 80. Se dio cuenta de que su afinidad con esa década, no se debía a la nostalgia, como se había temido. Para él era una época fascinante, aunque en ese tiempo aún no hubiera ciertas comodidades a las que se había habituado.
En esos tiempos, el único teléfono móvil que existía era el suyo propio, pero allí no servía para mucho, dado que no había antenas de telefonía. Los ordenadores que había, le parecían sumamente toscos, siendo además aparatos de Apple en su mayoría. Microsoft aún no había encontrado su momento.
El algunas noches en los que el fin de semana asomaba, Ernesto disfrutaba del festivo ambiente que se respiraba en esos días, frecuentando algunos lugares de ocio.
En uno de esos lugares encontró a Susana, una chica que trabajaba en una panadería cercana al piso de Pedro, y que se conocían de vista, habiendo Ernesto entrado en alguna ocasión a por alguna cosa, y Ernesto percibió en Susana, que, aparte de que le caía bien, tenía algo que le resultaba conocido, pero no sabía el que.
Tuvieron varios encuentros, pues se dejaban caer por los mismos lugares a similares horas. En esos encuentros disfrutaban de su mutua compañía, y de agradables y animadas charlas, que a veces se extendían casi hasta el amanecer. En sus últimos encuentros, Susana empezó a insinuarse a Ernesto,a lo que el al principio, era reticente, pero con el paso de los días, y su insistencia, se daba cuenta de que acabaría cayendo. Un día, en uno de esos encuentros, mientras abandonaban el último local que quedaba abierto, que ya recogía, se dejaron llevar, y permitieron que las cosas siguieran su cauce natural en esas cuestiones:
-Oye, Ernesto, te apetece tomar la última?
-Si, pero donde, ya está todo cerrado. Ya no hay nada abierto.
-Si, conozco un lugar que está abierto, mi casa. Te animas?
-Si, por supuesto. Es una oferta que no se puede rechazar.
Ernesto había contestado sin pensar, espoleado por la carga etílica que aún llevaba dentro. No pensaba con mucha claridad, y todavía estaba la cuestión de porque Susana le resultaba tan conocida. Tenía curiosidad por saberlo, además de otras cosas que podrían hacer los dos.
El trayecto de camino a casa de Susana, no fue muy largo. Por suerte, en esa ciudad, todo estaba al alcance, y no había nada demasiado lejos. La suave y fresca brisa de la mañana le sirvió para despejar un poco la mente, embotada por la alocada ingestión de alcohol de la noche.
Llegaron a los veinte minutos, Susana abrió con gran rapidez la puerta de su portal.
-Ves? ya henos llegado, y ni siquiera hay que subir las escaleras. Ventajas de vivir en un bajo, no pierdes tiempo en esperar un ascensor siempre ocupado.
-Si, eso agiliza mucho las cosas. No hay que preocuparse tampoco por las goteras del tejado.-Respondió Ernesto echando una rápida ojeada a su alrededor.
Mientras entraban a casa de Susana, Ernesto no dejaba de contemplarlo todo con curiosidad, la siguió hasta la cocina de su piso, un piso pequeño y ordenado, en el que las cosas no rebosaban, porque Susana vivía con lo imprescindible, y nada más, según le había contado en alguna de sus nocturnas charlas de bar. Susana se ausentó un momento, para descalzarse, pues decía que le dolían los pies de un modo que ya no aguantaba. Ernesto se quedó sólo un rato contemplando los electrodomésticos de la cocina de Susana, mientras la esperaba. Al rato, oyó su voz que lo llamaba:
-Ernesto, puedes venir a echarme una mano? yo sola no puedo con esto.
En ese momento Ernesto, descifró la duda acerca de Susana, el motivo por el que le resultaba tan conocida. Susana era la madre de Silvia, su ex, de ahí la sensación de familiaridad. Decidió que no se acostaría con ella, no fuera a ser que él acabase por ser el padre de su ex, o algo por el estilo, y sería además de bochornoso, un lío horroroso. Entró en la habitación de la que provenía la voz, preparando una disculpa para largarse cuanto antes, y vio alguien que se abalanzaba sobre el:
-Sorpresa!-Voceó Susana
Era ella, completamente desnuda, que había saltado sobre él con gran fuerza. Derribándolo sobre la cama.
-Ya eres mío. Te voy a hacer un hombre!
-Joder!
-Esa es la idea!
Ernesto había sido tomado por sorpresa. Y Susana ya se relamía por lo que iba a hacer. O Susana tenía más fuerza de la que aparentaba, o él estaba más borracho de lo que creía. No iba a poder levantarse con ella encima, y sin ayuda. Solamente podía hacer una cosa si no quería ser violado. Lo hizo, saltó en el tiempo y en el espacio, sin pensar a donde ni cuando, no sabía que otra cosa hacer para librarse de aquella situación.
Lo consiguió, por un pelo, pues ya tenía desabrochado el cinturón, a ver que excusa le daba a Susana sobre ello, cuando volviera, aunque podía tomárselo muy mal, dado el carácter de su hija, a la que el conocía muy bien, después de años de convivencia. Lo primero de todo, era determinar en donde se encontraba, el lugar, y la época, aun estaba pasandosele la borrachera de la noche anterior.
Según veía a su alrededor, se había trasladado a una zona boscosa, bastante espesa, por cierto. No parecía mal sitio para hacer una acampada, aunque ahora mismo, Ernesto no tenía cuerpo para esas cosas, ni para casi nada. El efecto del sol, combinado con el alcohol, hizo estragos en su organismo. Se acercó a un matojo, y vomitó. Tras eso, empezó a encontrarse un poco mejor, y se abrochó el cinturón.
Oyó unas voces, en su idioma, y se felicitó por no haber ido demasiado lejos en su salto espacio-temporal. Aún debía estar en España, pensó. Siguió el sonido de las voces que oía hasta su lugar de origen, en un claro muy cerca de donde había aterrizado en su salto.
Allí, en ese claro, se encontró con algo que no esperaba en absoluto. Vio a numerosos militares allí apostados, que enseguida le vieron, y al principio se quedaron tan asombrados como él mismo. Uno de ellos, con estrellas de oficial, el que probablemente dirigía todo, sin quitarle la vista de encima a Ernesto, vociferó:
-Un rebelde. A por él. Sacadle hasta la última gota de sangre del cuerpo!
Bonito recibimiento, pensó Ernesto. Por puro instinto, echó a correr despavorido, en dirección contraria a donde estaban aquellos energúmenos uniformados. No le apetecía quedarse a comprobar la hospitalidad local, que por lo que había oído del tipo aquel, no era un muy prometedor destino. No sabía por quien lo tomaban, pero tampoco le importaba, sólo quería alejarse de allí. Volvió a sentir nauseas, pero eso no detuvo su loca carrera.
Lo que si le detuvo, minutos después, fue un obstáculo inesperado que se le había plantado en su camino. Ernesto impactó con algo que le había parecido un raro espécimen de árbol, y acabó tirado en el suelo. Lo que había tomado por un árbol era un hombre, un hombre enfadado, que le increpó:
-A donde vas tan corriendo, comemierda?
Ernesto levantó la cabeza, para enfocarlo con la vista. Era otro hombre armado, pero no tenía pinta de militar. Vestía una especie de sombrero vaquero o similar, y llevaba el pelo y la barba bastante largo.
-Quien cojones eres tu?
-Me he perdido... No se donde estoy... Una gente me perseguía para matarme, y...
-Déjate de historias y levántate!
Ernesto se levantó despacio, y ante el arma que el hombre empuñaba ante sus narices, levantó las manos. No sabía quien era ese tipo, pero aunque vestía prendas militares, no parecía pertenecer a ningún ejército, a diferencia de los otros uniformados que había visto en el otro lado. El acento de todos ellos, si era básicamente el mismo, más o menos, parecía canario, o... cubano?
-Oiga, disculpe, yo quisiera saber que...
-Shhh. Calla y agachate!-Le ordenó el hombre, mientras le presionaba en el hombro para que se agachase.
Ernesto hizo lo que le decía y guardó silencio. El motivo de aquello, era una pequeña patrulla militar, que pasaba a pocos metros de ellos, probablemente buscándole a él, o a aquel hombre, que podría ser un desertor del ejército, o quien sabe que.
Tras más de una hora, allí agazapados los dos, en silencio, parecía que el peligro había pasado. Ernesto no se atrevía a rechistar, estaba algo acojonado, sin saber en que berenjenal se había metido. Llegó la hora de levantarse, e irse.
-Vamos a hacer un viajecito tu y yo. Te llevaré a ver que deciden hacer contigo- Le dijo el hombre de la barba.
Ernesto tragó saliva, la cosa no pintaba bien. Se dejó llevar, porque si se resistía sería peor. Caminaron horas, que a Ernesto le parecían siglos. Le parecía la peor resaca de toda su vida. Finalmente, llegaron a una especia de campamento militar, mientras anochecía. Desde ese campamento, todos les vieron llegar. El hombre que le había encontrado, le dejó bajo vigilancia de otros, mientras se iba a una especie de choza. Parecía estar en un buen lío, no sabía lo que harían con el pensó en escapar, pero la curiosidad le podía, quería saber donde y cuando estaba, además de quien era toda esa gente, y que estaba pasando.
Unos minutos después, el hombre reapareció, junto con otro hombre también de barba, pero de pelo más corto. El otro hombre llevaba una gorra de corte militar, y unas gafas graduadas, y fumaba una gran puro. Buscó distintivos en alguno de los uniformes que le rodeaban, pero no tenían. Algunos llevaban un brazalete o un parche rojinegro que ponía 26-M, y nada más.
El hombre del puro, parecía ser el que estaba a la cabeza de toda aquella gente, pues con un gesto, disolvió a sus vigilantes. Acto seguido, se dirigió al hombre que le había encontrado.
-Gracias Camilo, ya me encargo yo de este asunto.
El hombre del sombrero se retiró a otros menesteres. Ernesto miró mejor al hombre del puro, y no sólo se parecía, podría jurar que era... no podía ser.
-Soy el comandante en jefe del movimiento, quien es usted, identifíquese.
-Perdone, estoy un poco desorientado, podría decirme que es lo que pasa aquí? Y dónde estamos, ya puestos...-Empezó a decir Ernesto.
-Haga el favor de callarse. No está usted en posición de exigir respuestas. Repito, quien es usted, y que está haciendo por aqui?
-Yo... me llamo Ernesto... Ernesto Medina... soy ciudadano de la unión europea, concretamente de España, y no se que hago aquí, ni donde estoy. Me duelen las piernas de tanto andar de aquí para allá...
-Deduzco que es usted un turista extraviado, por lo que dice, y por lo que no dice. No se preocupe, enseguida comprobará mi gente si es así, y si estaba deambulando con aviesas intenciones. Comprenda las precauciones, por esta zona, esta apostado el ejercito...
-El ejercito español? No se de que me habla.
-Haga el favor de no interrumpirme. El ejercito español no, el de la República de Cuba. Permanecerá aquí hasta que comprobemos la veracidad de su versión. No podemos fiarnos de cualquiera que deambule de ese modo por la Sierra Maestra. Aunque existe la duda razonable sobre usted, por haber sido perseguido por fuerzas de Batista, aun está bajo sospecha.
Ahora estaba claro, Ernesto, sin darse cuenta había saltado a la Cuba de 1958, cuya revolución estaba en plena efervescencia. Y la persona que tenía enfrente, era el líder del movimiento, el mismísimo Fidel Castro.
Parecía una persona razonable, pero en el campamento se notaba tensión hacia Ernesto, cuya llegada fue considerada una mala noticia. Ahora tendrían que mover el campamento por su culpa, buscar otra ubicación. Ernesto decidió no esperar más, ya sabía lo que debía saber, y ni nadie iba a hablar en su favor, ni las explicaciones que tenía eran creíbles. De modo que detuvo el tiempo. Y se alejó unos cientos de metros antes de reanudarlo, para asegurarse que no le disparaba ningún "gatillo nervioso" mientras daba un salto en el tiempo al lugar correcto.
Esta vez acertó en el salto, apareciendo en el parque de su ciudad, un vistazo a su alrededor, le bastó para saber que todo estaba bien, había vuelto a 1980. Caminó trabajosamente hasta el piso de Pedro. Le dolían las piernas un horror, de tanto caminar por aquellos parajes del pasado. Se encontraba algo jodido. El dolor de piernas, el cansancio, y la tensión acumulada de haber sido testigo activo de aquel suceso histórico, para el que no estaba hecho.
Entró en el piso. Pedro no estaba en casa. Fue quitándose la ropa por el pasillo, y cuando llegó a su cuarto, se dejó caer sobre su cama como si fuese un árbol recién cortado. Tendría que aguantar el sermón de Pedro sobre los viajes temporales a lo loco, y probablemente la furia de Susana por su frustrado encuentro sexual, pero eso sería en otro momento, que les dieran a los dos, ya había tenido bastante por el momento. Ahora quería descansar, pasar lo que le quedaba de fin de semana en la cama. Había pasado por una experiencia traumática, y la terapia que se había autoimpuesto era la de dormir todo el domingo, y si era posible, sin ser molestado. Si lo hacían, el organizaría su particular guerrilla.