Verano de 1980, sol, calor y una agradable brisa. Placenteros aires para las vacaciones de Pedro y Ernesto, que habían elegido el mes de agosto para disfrutar del verano en su máximo apogeo. A Ernesto le apetecía viajar, sin tener que preocuparse de días laborables, ni de horarios. Quería viajar como sólo podía hacerlo él, a través de la corriente del tiempo. Como no era ningún superhéroe, ni tenía ganas de serlo, no tenía ninguna misión que cumplir, sólo ir a donde y cuando quisiera y disfrutar de ello, sin dar demasiado la nota en el proceso.
Le ofreció a Pedro la ocasión de acompañarle, pero rehusó.
-No te apetece pasar un tiempo en un entorno agradable del pasado?
-No, mi sitio está aquí, en el momento presente. Además, como la mayoría de la gente se ha ido fuera de vacaciones, aquí me siento estupendamente, con la ciudad para mi sólo.
-Bueno, no digas que no te lo he ofrecido, luego no te quejes.
-No, vete, tú, pero no te metas en ningún berenjenal, de acuerdo?
-Tranquilo, soy un tipo formal, no habrá problema.
Después de echarse una pequeña siesta. se cambió y se dispuso a hacer un pequeño tour por unas pocas fechas que le llamaban la atención, y quería presenciar. Su primera parada fue el París de 1948, en el que se las arregló para colarse en la firma de la declaración de los derechos humanos, un acontecimiento que a él le parecía importante. Fue una muy breve parada en la que el tiempo no acompañaba demasiado.
Un nuevo salto, una nueva parada, esta vez en Lisboa, en abril de 1974, en uno de los más emotivos momentos de la historia del país vecino. Allí, en Lisboa, se mezcló con la multitud, que caminaba junto a numerosos soldados que llevaban claveles en los cañones de sus fusiles, en señal de que no deseaban disparar sus armas. Pudo oír a uno de los artífices de la revolución, el capitán Salguero Maia, y aunque no conocía el idioma, pudo entender todo lo que allí se transmitía. Ernesto quiso prolongar la estancia todo lo posible, no quería perderse un segundo de todo aquello.
En un bar, brindando con otras personas que acababa de conocer, celebraba el fin de la dictadura colonialista que habían soportado hasta el momento. Ernesto pensaba en las probabilidades de que eso sucediera en España en algún momento de la historia, pero no lo creía posible, la mentalidad del ejército de su país era de bunker, en cualquier época. Dejó de pensar en esas cosas, y siguió celebrando hasta que la noche cayó, y todos se retiraron a descansar. Cuando todo el mundo se hubo ido se quedó dando un paseo nocturno por Lisboa, hasta que, aburrido, pensó en el siguiente lugar.
Tenía ganas de disfrutar de un buen concierto, pero no le apetecía llenarse de barro hasta las orejas yendo a Woodstock, se le ocurrió una idea mejor, y allí fue, al club Crawdaddy en Surrey, una ciudad británica, en abril de 1963, en uno de los primeros conciertos de los Stones, cuando Brian Jones aún brillaba con luz propia. Allí estaba el, en aquel antro como un fan más, disfrutando de los espectaculares directos de la banda, estaba lleno de gente, aunque no era demasiado grande. Llegar a la barra a pedir una cerveza le llevó mas tiempo del que pensaba. Esta vez el idioma no era un gran obstáculo, el inglés aún lo tenía fresco. No podría describir el local, porque con tantas personas no apenas podía ver algún detalle, pero era un poco tosco, además, el calor empezaba a ser asfixiante, aunque el sonido era fantástico. Decidió retirarse, estaba algo cansado de dar vueltas por ahí, y necesitaba dormir, además, le quedaba aún una breve parada antes de retirarse.
Nuevo salto temporal, volvía a estar en España, pero en la España de 1975, y por suerte, no había casi nadie por la calle, por lo que no había peligro de que le hubiesen visto aparecer de la nada. Miró el reloj, y entró en un bar que tenía la televisión encendida, como él quería. Pidió un café cortado, y se lo tomó, mientras esperaba a que llegara su momento.
Unos diez minutos después, el momento que él deseaba contemplar llegó, siendo comunicado por televisión:
-Españoles... Franco... Ha muerto...
Ernesto sonrió con disimulo mientras llamaba al camarero para pagar la consumición. La mirada se le desviaba hacia el resto de la clientela, que no era mucha, pero veía muchas caras de susto y gestos compungidos ante la noticia, lo cual no era extraño, pues casi todos allí tenían pinta de ser afectos al régimen.
Se le pasó por la cabeza pedir una botella de cava para celebrar el evento, pero era peligroso, podrían reaccionar muy mal, así que decidió largarse. Ya se encontraba en la puerta, cuando se giró hacia la gente, y se le escapó un comentario un poco gamberro.
-Vaya noticia, eh señores? La mejor de la historia de este país.
No dio tiempo a replicar a nadie, caminó deprisa hasta un lugar discreto, y volvió a 1980. Tiempo y lugar en el que Pedro querría saber que había estado haciendo y dónde, lo que él tendría que contarle con pelos y señales, omitiendo algún detalle, como el de su presencia en el 20 de Noviembre de 1975, que era algo que Pedro reprobaría. Era la quinta vez que lo hacía, escuchar la noticia de la muerte de aquel sádico dictador le hacía experimentar un pequeño placer morboso, no se cansaba de oír aquellas palabras. Según como se mirara un poco cabroncete por su parte, pero que rayos, de vez en cuando había que permitirse un capricho.