Saco la mano por la ventanilla.
Y ella sigue ahí, perenne, indemne y fiel,
pese a todos nuestros naufragios, pese a todos mis deseos incumplidos,
y todos esos sueños de verano que me envía en un sobre certificado,
incorrupto e incólume,
sin alharacas
para que me moje en ellos.
Y es que, sin querer, a veces, me acaricia, nos acaricia la vida...
Y nos da hasta por vestirnos la piel de poeta.
Mientras vemos desfilar viejos paisajes...