Vida de un adolescente

Publicado el 04 diciembre 2014 por Isabel Topham
Caminaba a solas por la calle, entre lágrimas y mucho dolor oprimido en el pecho intentando no prestarle atención. Tenía la mirada perdida en los azulejos del suelo, y cabizbajo con los puños en los bolsillos intentando así, retener la ira de la impotencia que sentía; sin obtener apenas resultados. Llevaba tan sólo una sudadera encima de una camisa roja, unos vaqueros y unas deportivas. Fijó la vista en cada pisada, las cuales se redujeron a una piedra y, ésta, a su vez fue golpeada en varias ocasiones.
Hacía frío, y estaba a punto de llover por lo que el tráfico de coches estaba desfasado. En cuanto fue a cruzar el paso de peatones, pasó a la máxima velocidad un coche en el cual iban varios universitarios o, al menos, el ejemplo que daban; ya que uno de ellos iba con la cabeza fuera de la ventanilla y portaba en una mano un cubata, quien se caracterizaba por los gritos e insultos a quien pasease por la calle sin acompañante alguno.
A medida que fueron pasando los minutos, comenzaba a darse calor consigo mismo mientras que un par de escalofríos recorría su espalda. Entre tembleques y miedos desplegó la única foto que tenía, acariciándola suavemente al pasar con delicadeza las yemas de sus dedos; mientras una lágrima resbaló por sus mejillas y cayó en el centro de la imagen. Sentía el miedo a hundirse, y temió estar loco por alguien que se preocupaba más por sus lágrimas que por sus sonrisas. Al fin de cuentas, le quería y fue lo más próximo del término amor que encontró en su diccionario.
Empezó a llover, y por unos instantes se acordó de su sonrisa y la vez en que lo sacó a bailar en mitad de la nada mientras llovía a cántaro la tomó por loca mientras le daba una palmadita en el hombro y se excusaba con que prefería estar loca por alguien como él a cuerda sin nadie, y empezó a sonreír tímidamente otra vez. Era la única persona capaz de hacerle perder los nervios y la calma al mismo tiempo, sentir la tensión y el placer en un par de minutos al encontrarse entre sus labios. Sentía la necesidad de perderse en el infinito, y volverse a encontrar en uno mismo al notar sus brazos rodeándole entre el cuello y la cintura para entrar en calor.
Justo en ese momento, en cuanto abrió los ojos y despertó de su ensimismamiento, volvieron a encontrarse de nuevo pero, ella ya iba cogida de la mano de alguien que no era él, con la misma sonrisa por la cual se moría al escuchar ser suya.