Me estás esperando entre la acera y el rincón de la farola apagada.
La luz como el guiño de un párpado, saluda el perfil de nuestras siluetas difuminadas, y la bruma espesa como telón de fondo tapiza el callejón.
Acorralada entre el muro de ladrillos y tu pecho, tu boca besa la mía.
Me adentro en ti cobijada entre tus manos que rodean mi nuca.
La acera se desdibuja.
A lo lejos suena la sirena de un viejo IKA Torino que a intervalos sacude la niebla de tu cuerpo a la espera de mi luz en el oscuro paladar de tu calle.
El tiempo se ahoga en el ron de la memoria.
Sobrio, el minutero recorre las caderas de mis sombras llenas de adioses abrazando las tuyas.
Una muchedumbre de estrellas vaga entre las venas de las callejuelas bajo los meandros oscuros e infaustos de un puente instaurado entre tus manos y mis cicatrices.
Salgo taconeando por la ranura de la vieja calle y balbuceas mi nombre entre los adoquines. Golpea el silencio.
El timbre de tu voz suena a amaneceres ciegos de ternura.
Las farolas se apagan.
La bruma se diluye...
Los inspectores de policía que llevan el caso, tienen apenas indicios de lo ocurrido entre mi pecho y tu espalda.
Nuestros pasos perdidos nunca dejaron huellas...