Viejo tanguero y Compañero.

Publicado el 14 agosto 2011 por Nedda @neddai


Las luces de mercurio habían teñido el mundo con ese lila pálido que a veces le molestaba, y en general lo deprimía. Trajines y miserias, sudores y restos de lascivia eran quebrados por el taconeo de alguien que, seguramente, iba hacia algún lado. Luego volvían, para apropiarse de su noche en los alrededores de la plaza o de la estación. Al viejo no le importaba. Había renunciado a tener “algún lado”, y Compañero nunca lo había conocido. Los vecinos lo llamaban “Viejo tanguero” porque cuando pintaba algún vinito, empezaba a cantar las estrofas de algún tango varón. Su preferido, sin duda, era “La última curda” Y lo repetía, con la voz enronquecida:
“Ya se, no me digás, tenés razón,   la vida es una herida absurda.   Y es todo, todo tan fugaz,   que es una curda nada más,   mi confesión... “.
Hoy le picaba mucho la cabeza. Se había terminado el palo amargo macerado en alcohol que le había traído Sara, la vendedora de tortillas. En el refugio siempre había alguno que iba a repartir sus piojos y, con suerte, alguna historia que le gustaba garabatear en los cuadernos que guardaba entre su ropa. No le gustaba quedarse en el refugio, porque no dejaban entrar a Compañero que lo esperaba enroscado en la vereda fría. Cuando lo veía salir, lo miraba como si fuera un dios, con esos ojos llenos de un amor que nunca dejaba de sorprenderlo.
Pero esa noche tibia pertenecía a los principios de mayo (que ya se había llevado muchas hojas) y decidió dormir en el baldío. Con suerte, no llovería a pesar de las nubes oscuras. Cuando la palabra “suerte” le vino a la cabeza, su boca de dientes amarillos se torció en una sonrisa sarcástica.
Pero aún así, sus ojos brillaban porque al menos hoy, tenía la vida resuelta. Tanteó el sándwich de milanesa que compartiría con el perro, y el tetra de vino barato. Detrás suyo, Compañero acompasó el trotecito a su ritmo, como siempre.
Agosto de 2011.