Viento en popa (II)

Publicado el 17 abril 2012 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 43ava en la saga del Dr. Kovayashi.

Viento en popa (I) | Continuará…

En muy pocas millas el paisaje había cambiado, y ese indicio inequívoco de avance aligeró el espíritu del trío. La margen derecha había pasado de selva cerrada a una sucesión de arbustales bajos, palmeras y playas doradas. Del otro lado, los gigantes de basalto ya no eran tan altos; por encima de sus hombros había aparecido una deslumbrante franja de cielo horizontal. Kovayashi llevaba su mano a modo de visera pues admiraba a dos bandadas que desde el cielo acompañaban la marcha del Timor. “Han de ser guacamayos, tal vez hoacines”, aventuró el doctor en función de la manera en que aleteaban. Llevaba largos minutos mirando hacia arriba. Esos plumajes tan coloridos lo entretenían mucho más que la vista del río negro, cuyas aguas sólo mostraban un exceso de materia orgánica descompuesta y hedionda. Tan abstraído se hallaba con las aves que no se percató de la presencia del capitán, quien sigilosamente se le había puesto a pocos centímetros por detrás.

- “¡Cuánta belleza la de esos arasaríes!”, reflexionó Makraff con la mirada clavada en el firmamento. En silencio, Kovayashi no tuvo más remedio que reconocer que no era más que un neófito en cuanto a aves tropicales.

- “Ciertamente”, respondió sin volverse, sin demostrar cuánto se había asustado con su vozarrón rasposo. “Me recuerdan, aunque no sé por qué, a aquel albatros que el marinero matara con su ballesta.”

- “God save thee, ancient mariner, / from the fiends tha plague thee thus / Why look’st thou so? ‘With my crossbow / I shot the Albatross’”

Kovayashi, cariacontecido, dio un giro sobre sus talones para quedar frente a frente con la abundante barriga de Makraff.

- “Oh, Dios, qué desafortunada decisión.”

- “Yo tomaría con pinzas eso de ‘desafortunada decisión’”, se aventuró a comentar el doctor. “Después de todo, Coleridge escribía ficciones, fantasías, pero esos avechuchos son tan reales como usted y como yo. Los depredadores las cazan y las comen, y no por eso caen en eterna desgracia.”

Puestos a manejar asuntos corrientes más allá de escritorios y experimentos, algunos hombres de Ciencia a menudo atraviesan estados de obnubilación semejantes a anoxias cerebrales pasajeras. El doctor era tan consciente de esa deformación profesional que se sintió orgulloso de la gansada que había dicho.

- “Tal vez sí, tal vez no, ¿quién puede saberlo? Le ruego no se enfade conmigo, doctor, pero me pregunto qué sería de la poesía si los poetas pensaran como usted. Además, ¿qué hay de las creencias populares, los mitos, la leyendas? Fíjese, si no, que los indígenas de por aquí reverencian a las arasaríes. Las consideran un buen agüero. Este viaje ya ha sido bendecido por esas dos bandadas.”

- “¿Indígenas? ¿Ha dicho indígenas?”

- “Mi Dios, en minutos almorzaremos y yo aún aquí arriba. Discúlpeme…”

El capitán regresó a las entrañas del Timor con el mismo sigilo con el que emergiera minutos antes. No sólo había evadido la respuesta, también había sorprendido al doctor con sus conocimientos de literatura inglesa y había hablado de indígenas. No obstante, la palabra que más inquietara a Kovayashi fue ‘almorzaremos’, puesto que en ese momento descubrió cuán hambriento estaba.

Continuará…

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