Marcel Duchamp
Iconos laicos con poderes divinos nos esclavizan sin piedad. Y lo deseamos, claro que lo deseamos, con toda nuestra energía, consciente e inconsciente. Nadie quiere huir en un espacio curvo, enrevesado, quizás una espiral, quizás una ilusión. Inclinamos la cabeza a su paso, pero movemos los dedos, como signo de resistencia y libertad. Han logrado que compremos nuestras cadenas, eslabones de vanidad. Eludimos el horizonte, pero tampoco palpamos la tierra. Vida mental ceñida a lo concreto. Hileras de imágenes aturden nuestra conciencia. Y las deseamos, claro que las deseamos, como si fuese nuestra última oportunidad de comprendernos. Nada representa nada porque todo está dentro y todo transcurre en el espacio icónico. Extrañamiento como forma de ser, de casi estar. Vivir en la sociedad icónica es vivir atrapado en la red difusa. Administran los tiempos y aceleran los ritmos. Ni los instantes nos pertenecen. En la sociedad icónica es lo primero que se cede, para avanzar, para ir hacia el infinito. Nos han vuelto a prometer la eternidad y lo hemos creído. Omnisciencia, eso hemos recibido a cambio de los instantes. Todo lo sabemos porque nada nos sucede. Ya nada nos sorprende. Iconos laicos con poderes divinos arruinan nuestra existencia. Ya no hay acciones, porque de rodillas todo está repleto de presencias, de obstáculos, de espejos. Somos veletas que han olvidado que son brújulas.