"El bar, a esa hora, lucía desierto. Los escasos clientes que se inclinaban sobre la mesa de billar y el cantinero atrincherado detrás del mostrador, aparecían bajo mi mirada vidriosa como parte de un decorado artificioso y chillón. La soledad me acosaba por los cuatro costados, y amenazaba con estrechar el cerco hasta dejarme reducido a un espacio ínfimo, semejante a esos círculos de luz que en la tarima de algunos teatros señalan la presencia de un actor. Hienas al acecho, pensé. Probé mi cervza, que se había entibiado, y me supo a orines rancios de yegua. ¡Salud! Ahora sí, me dije, levántate y anda. Me levanté y avancé en línea recta, braceando en la oscuridad."
De Mariana y los Comanches