Los hombres construyen puentes y tienden vías férreas a través de desiertos. Pero sostienen, con éxito, que coser un botón es tarea superior a ellos
(Haywood Broun)
A la tierna edad de diez años se me ocurrió que me gustaría aprender a tejer. ¿Cómo iba a imaginar yo entonces que, en el futuro, la guerra de los sexos acabaría casi en tablas y que cualquier macho alfa cosería un botón con más maña que yo? Una amiga de mi madre se ofreció a enseñarme. Mi única experiencia, un paño bordado en el colegio que mi pobre madre no se atrevía a hacer público. Cuando tuve entre mis manos dos agujas con un extraño gancho y una bola de lana que no sabía dónde guardar, supe que aquello no saldría bien. Hoy me arrepiento.
Porque hoy no eres nadie si no tienes una prenda de crochet.
Bikinis de punto, pareos de punto, mangas de punto, vestidos de punto. Punto, punto y más punto
Decidí retomar mi antigua obsesión. A falta de amiga y/o abuela, me enfrenté a este tutorial. A los 55 segundos llegaba a la misma conclusión. Aquí, el punto no es bobo. La única boba soy yo.
Vamos, que en el "Manual de la buena esposa", que circulaba en época franquista yo hubiera sido un desastre. Tampoco hubiera encontrado mi sitio tras la Segunda Guerra Mundial, cuando las agujas de punto sonaban mientran mujeres y niños tejían para la Victoria.