Con lentes negros ocultaba los hematomas en los ojos. Podía disimularlos si bajaba la vista la mayor parte del tiempo. Eso llamaba la atención, pero no tanto como andar por la calle con las huellas de los golpes.
El hecho de no trabajar, de no compartir un espacio con otras personas, le permitía mantener la compostura. Se había acostumbrado a hacer las compras moviéndose furtivamente, evitando todo contacto visual con extraños. Eran pocas las veces que salía para eso, pero en esas ocasiones, era cuidadosa.
Los hematomas llevaban mucho tiempo allí, aunque no eran siempre los mismos, se iban renovando.A veces se dejaba el cabello suelto, para que las ondulaciones proporcionaran también reparo. Cuando volvía a casa, estaba más tranquila. Aunque de vez en cuando, la situación la costaba. Había una lucha interna en su mente, un miedo irracional que aún no podía combatir. Un miedo que solía lindar con la locura.
Dejó los bolsos en el pasillo. Su marido estaba en la cocina. Lo había dejado pelando papas y limpiando los pisos.
- Volví - le dijo, con voz fría, carente de matices.
Él no contestó. Hacía tiempo que no contestaba. Siguió en sus tareas, sin dedicarle un segundo de atención. Ella sonrió, borrando de momento cualquier remordimiento.
- Te traje cuatro litros de pintura, quiero que esta tarde, cuando vuelvas del laburo, me pintes la sala de costura. Y nada de peros, que ya lo sabés muy bien, me reviento con más fuerza el ojo y te condeno delante de todo el pueblo, diciendo que que me cagás a palo.
Triunfante, se recostó a leer un libro, mientras su marido continuaba con sus quehaceres.