El 25 de noviembre es el Día Internacional contra la violencia a la Mujer, y la fecha se commemora en homenaje a las hermanas Mirabal (Patria, Minerva y María Teresa), que en 1960 fueron brutalmente asesinadas por orden del dictador Rafael Trujillo.
Siendo el maltrato físico y la muerte la punta del iceberg en cuanto a agresiones hacia la mujer se refiere, no son menos graves -por cuanto les anteceden en muchos de los casos- las otras violencias: el abuso psicológico, el acoso sexual, el micromachismo socialmente aceptado, el paternalismo de la mayoría de los hombres, la condescendencia masculina, el atropello verbal, y la negativa de una parte de la población (ahora bien representada en escaños) a aceptar lo evidente, realizando comparaciones absurdas, injustas, y fuera de lugar.
Rara es la mujer, llegada a una edad, que no ha sufrido alguna situación de violencia, más o menos grave, en su vida. Rara es la que no ha padecido acoso sexual en el trabajo. La que no ha soportado opiniones de desconocidos sobre su físico o conducta. La que no ha sentido un escalofrío al ver acercarse a un tipo en la calle, para «regalarle» una frase susurrante e ininteligible al oído. La que no ha cambiado de acera al ver -desde lejos- a un grupo de tíos sonrientes alrededor de la puerta de un bar, aguardando expectantes su llegada. La que, llevando de copiloto a un hombre, no ha escuchado sus instrucciones sobre conducción. La que no ha sido callada en público «porque de eso no entiende». La que no ha sido acusada de «feminazi» u obsequiada con insultos, al declararse feminista.
Rara es la que no ha oído lo que «de verdad necesita». La que no se ha guardado su versión de los hechos, por ser dogma de fe la ya ofrecida por el hombre. La que no ha asumido la decisión de su marido como propia. La que, cuando hay hijos, no ha abandonado su trabajo en favor del de su pareja, mejor retribuido. Rara es la que no pospone -una y otra vez- su proyecto, priorizando el de él, siempre más importante. La que no ve cómo su madre prefiere la presencia del hijo en cuestiones económicas, y la compañía de la hija en temas médicos y asistenciales. Rara es la no tildada de exagerada o histérica, cuando se queja o denuncia. Rara es la no burlada o convertida en chiste. Rara es la que, al opinar, se libra del título de amargada…
Como ejemplo cercano y personal, os cuento una situación surrealista vivida hace muy poco. No es la primera vez que me pasa, pero sí la primera que reacciono bien: voy caminando por la calle, un día de aguacero, junto a una de mis hijas. Ambas vamos con la cabeza agachada, cobijadas por el paraguas, mirando al suelo y con prisas. Al paso de un bar céntrico, de esos que cuelgan cuernos por doquier, un camarero gracioso sale a nuestro encuentro. Se agacha y queda en cuclillas, como si fuera a dirigirse a un niño pequeño, y levanta la cabeza para espetarnos: «si llevarais una sonrisa en la cara, estaríais más guapas»… En cualquier ocasión anterior (me han dicho cosas parecidas), yo habría claudicado, como buena hembra sumisa, y habría sonreído al macho alfa, dándole así la razón paternal buscada. Pero esta vez me quedé mirando al arrastrado, y le devolví un «y tú, también». Mi hija fue algo más directa, pero en la misma línea de rebelión. Allí, agachado como un caganer, quedó el patriarca protestando por lo altivo de nuestras conductas. Llovía demasiado para continuar la charla, y preferimos alejarnos de la cueva cornuda. Al menos ya sabemos dónde no entrar.
Estas situaciones, y otras peores, las vivimos las mujeres a menudo. Los hombres no son conscientes de ellas, porque los decentes no las presencian (cuando vas acompañada no hay caso), y los que sí lo hacen, porque son sus artífices, están muy lejos de la consciencia, el feminismo y la igualdad. A veces, también, de las más primarias educación y vergüenza. Ser machista es lo que tiene.
Espero, sin mucha convicción pero con todo el afán, que mis hijas y todas las de su generación, más preparadas, feministas, firmes y seguras de sí mismas que nosotras, vayan atajando estos episodios de violencia (sí, violencia) en lo sucesivo, y que algún día (y alguna noche) puedan caminar por la calle libremente, sin miedo, sin la opinión masculina en lo alto, sin la necesaria compañía de un señor que vele por su seguridad, y sin sentirse en inferioridad de condiciones a un hombre porque ellos, en su momento, así lo decidieron.
Espero que algún día las mujeres viajen por la vida como los hombres, y el 25 de noviembre solo sea memoria y no presente. Eso es feminismo. Eso es libertad. Eso es igualdad.
La entrada ¿Violencias machistas? ¡No, hijo, no! se publicó primero en Marga de Cala.