Revista Ilustración

Virgencita, virgencita

Publicado el 14 octubre 2013 por Vakawapa
VIRGENCITA, VIRGENCITA
VIRGENCITA, VIRGENCITA
VIRGENCITA, VIRGENCITA
VIRGENCITA, VIRGENCITA
Es domingo y se celebra la fiesta grande en honor a la virgen en el monasterio. Hay que aprovechar, tal vez se piense que hoy las plegarias viajan con mayor presteza por los inciertos itinerarios que llevan a la providencia divina. Un tránsito incesante de intrusos, beatos y adeptos de última hora otorga a esta dependencia monacal menor la categoría de rastrillo de la súplica.
Me habían hablado del lugar, aun así recibo una inesperada colisión visual. Exvotos en forma de pierna, brazo o cabeza, trajes de comunión, gorras militares, instrumentos musicales, artilugios ortopédicos, cirios, zapatos, cabelleras, retratos… conforman la heterogénea ofrenda de los peticionarios. El conjunto se completa con rogativas y agradecimientos redactados sobre papel o directamente en la pared, la mayoría escritos con boli o lápiz.
Hay un texto trazado con rotulador fluorescente que chirría un poco en este espacio medio sagrado, en el que hay un fuerte olor a cera y se escucha un murmullo soterrado y constante. ¿Quién será su autor?, ¿un despistado, un transgresor, un moderno, alguien que trabaja en una oficina o alguien que está preparando alguna oposición? En medio de estas elucubraciones, escucho de fondo el canto apocado, flácido y desafinado del párroco titular que está oficiando la misa a escasos metros de donde me hallo. A pesar del alboroto, se puede decir que hoy está de suerte, han acudido los fieles de toda la comarca. La bancada está llena y también hay mucha gente de pie, además, la pequeña tienda del monasterio está desbordada. La religión también cuesta dinero, claro.
Un par de niños se disputan una pistola de plástico en el suelo, ajenos a la insólita decoración de la pieza y a los reproches de su madre. Un adolescente lleno de granos, que semeja una estatua, mira hacia la ventana por donde entra la luz. Una pareja de novios enlazados por la cintura contempla la foto de un marinero. Un grupo de excursionistas de mediana edad cuchichea algo referente a la imagen de no sé qué santo. Un jubilado no encuentra a su mujer que está detrás de él leyendo una poesía en un folio grapado a la pared …
Todos parecen estar desubicados en esta especie de feria mística, en la que se mezclan ecos de un éxtasis empaquetado con la vehemencia de una algarabía jaranera y desenfocada. Extraña combinación que no casa mucho con la idea de recogimiento e intimidad que yo esperaba encontrar. De cualquier modo, no es éste un sitio muy agradable, mejor quedarse encerrado por la noche en unos grandes almacenes que aquí.
Bien pronto salgo al exterior, a reunirme con los que se aburren con la cosa litúrgica o la dosifican con cuentagotas y se han quedado fuera, por la zona ajardinada que hay frente a la fachada principal, charlando con algún amigo o pariente al que suelen ver de tarde en tarde, cuando son fechas señaladas, o se han quedado a cargo de algún recién nacido de la familia. No más de veinte minutos he tardado en entrar, observar y marchar. Presiento que una sensación extraña me va a acompañar el resto del día.

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