Revista Literatura

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Publicado el 22 agosto 2020 por Netomancia @netomancia

El timbre sonó con cierto temblor. Me sorprendió abrir la puerta y encontrarme con un hombre muy viejo, todo temblequeando. Creo que, internamente sonreí al hacer la comparación entre el sonido que hizo el timbre con la forma involuntaria que el cuerpo del anciano se movía. Me voy a ir al infierno, pensé. Al hablar, también su voz parecía atravesar una calle repleta de baches. El tono subía, bajaba, se perdía en silencios y luego volvía, en forma de un silbido.

- Señor, no le entiendo - le dije y cuando me disponía a cerrarle la puerta, la detuvo con la mano.

Ahí fue cuando ví la cicatriz. La que de pequeño me hice con una copa de cristal. Mi mano, su mano. Podía verlas, iguales, una sobre piel tersa, la otra sobre piel manchada y arrugada. Me estremecí, al tiempo que veía que su boca se esforzaba por decirme algo.

- Siempre el mismo boludo, vos - soltó de un tirón, para luego darse vuelta y con paso vacilante, perderse en la esquina.


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