Habían pasado ya un par de años desde que ella había partido a su ciudad. No había días sin que él la recordara pues casi todo tenía una huella de ella, hasta la mas mínima cosa le hacía guiños invitándolo a recordar…
—Bueno, ya es hora, ¡vamos a trabajar! —dijo resignado y apresurado.
El camino hacia el trabajo, como siempre, era tedioso, pero a la vez le presentaba unas glorias de la comedia, gracias a los compañeros de viaje en el autobús, todos perfectos desconocidos que, para él, hacían las cosas más raras e hilarantes.
Llegó como siempre, minutos antes de la hora en la que tenía que checar y sin prisas se dirigió a su oficina a prepararse un insípido café. Esa oficina ya representaba en sí, un tormento diario pues ahí se libraron las más apasionadas batallas.
Ensimismado en su trabajo y en un rutinario soliloquio se dijo: —por favor, que alguien me mate —mientras alzaba la cabeza al ver una silueta acercarse a su puerta.
Él no podía dar crédito a lo que estaba pasando y ella, ella solo abrió la puerta y con el cinismo que la caracterizaba le sonrió.
—¿Me extrañaste? —preguntó ella.
—Solo un poco, no tienes tanta suerte —dijo él, mientras la invitaba a pasar y a sentarse en ese aburrido sillón que decoraba la frívola oficina.
—¿Sentarme?, no vine a sentarme.
—¿no?, entonces, ¿a qué has venido?
—a nada que te importe.
—ok, entiendo.
—En realidad vengo de prisa, estaré solo un día por cosas de trabajo, ya sabes como es “él” —dijo ella con cierto ademan de fastidio, haciendo alusión a el jefe de ambos.
—vaya, ¿entonces es visita de doctor? —pregunto él, al mismo tiempo que daba un paso hacia ella para acortar la distancia entre los dos.
Ella solo sonrió mientras rodeaba el cuello de él y lo invitaba a besarla. Él aceptó la invitación y se fundieron en un largo y apasionado beso. Minutos después y con los ánimos encendidos al cien por ciento, ella se despidió con una picara sonrisa.
—Nos vemos al rato, para despedirnos.
Ella extendió su mano y dejo sobre el escritorio la llave electrónica del cuarto del hotel donde estaba hospedándose.
—Ahí estaré, a la hora de siempre —el sonrió y le guiño un ojo a su visitante.
Después del clandestino encuentro nocturno se despidieron.
Otro día se volverían a ver.
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