No sin cierta sorna y cierta sorpresa, acabo de leer una noticia, en la que se dice que el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte ha de pagar una gran cantidad de dinero por plagio de un guión de cine. O algo así. Uno de los motivos en los que se ha centrado el juez ha sido la existencia de varias coincidencias en los textos. La que más me hace reír, por motivos que entenderéis, es una que afirma que un preso, tras estar dos años en prisión, fue en busca de una prostituta para saciar sus más íntimas necesidades.
Así, como el que no quiere la cosa, este hecho me ha recordado al día siguiente en que salí de la cárcel. Me ha recordado a ese 9 de octubre, nublado y algo lluvioso, en el que, ya desde la comunidad en la que me alojó durante 21 días, empecé a respirar algo de libertad. Me ha recordado a ese día porque las personas allí acogidas me preguntaron, sin ningún miedo ni tapujo, si quería que llamaran a una prostituta para aliviarme de mi temporada en la cárcel. La pregunta, lógicamente, era retórica. A pesar de mi negativa, a pesar de explicarles que sólo había estado en la cárcel cuatro meses y medio y que era capaz de controlar mis impulsos sexuales bastante bien, me dijeron que no había nada que discutir. Que la iban a llamar. Porque esa era la costumbre cada vez que llegaba uno nuevo a la comunidad. Simplemente me preguntaron por si quería ser el primero en meter. Educación Detalles.
Lógicamente, la entrada de mujeres, de buena o mala vida, estaba totalmente prohibida en el edificio, por lo que para estas ocasiones se habilitaba un viejo corral de gallinas para que la trabajadora del sexo pudiera aliviar, de forma rápida y duradera, a los candidatos. Cuando me levaron para que les ayudara a preparar el nido de amor, no pude más que reírme, no pude hacer otra cosa. Solo sorprenderme de lo bien que tenían distribuidas las tareas y de lo rápido que lo arreglaban todo. Uno se encargaba de colocar el colchón en el suelo, bajo un pequeño techado (dada la previsión de lluvia), otro le ponía una manta por encima. Estaban los que barrían un poco el suelo para darle algo más de lustre. Alguno se dedicaba a tapar un ventanuco con un poco de tela, una suerte de cortinilla que evitaría que los que están esperando a entrar vieran lo que pasaba dentro. Estaba, y siempre era el mismo, el que llamaba por teléfono a la chica. Goran era el telefonista. Poco después supe que le habían encomendado esta misión a él porque era el más socarrón, el más cariñoso de todos y el que, a base de negociar y negociar, conseguía siempre el mejor precio. O la mejor oferta.
La sorpresa fue mayúscula cuando apareció Henry con un jarrón con flores recién cogidas del jardín. “Para crear un ambiente romántico”, decía. Una situación surrealista que me hizo ver que, a pesar de lo que dijeran, no llamaban a la puta de marras solo cuando llegaba uno nuevo a la casa. Luego, más adelante, pude comprobar que mis pensamientos eran ciertos.
Y allí estaban 12 peligrosos ex – presos. 12 rabiosos exdetenidos, empalmándose mientras esperaban su turno de entrada. Preparándose cuando iba a meter, nunca mejor dicho, en caliente.
Por un momento, mientras los veía hacer cola, me vino a la cabeza la novela de Vargas Llosa, “Pantaleón y las visitadoras”. Hoy, tras leer la noticia en el diario me he preguntado si una demanda por plagio contra él hubiera llegado tan lejos. Hoy, tras escribir esta entrada en mi blog me pregunto, no sin cierto resquemor, si el señor Vargas Llosa me denunciará a mi por explicar mis experiencias. Experiencias que cuadran, casi al dedillo, con algunos de los pasajes de su obra. Ya veremos.