18 de junio de 2016
Sentados sobre el
espigón, miran arder el verano en las hogueras de junio. Sobre las piedras, la bajamar
ha dejado algas muertas, jirones de sombra que se confunden con las suyas. Ayer
perdido en el presente, no tienen historia aquí. Como si se tratase de un
segundo nacimiento, todo debieron hacerlo nuevamente. Han aprendido los
contornos de la ciudad, la lengua seglar, más dura que el frío que los obliga a abrigarse
y caminar hacia la poblada salida del metro. No saben aún que la ciudad solo
puede ofrecerles lo que ahora abandonan: una Barceloneta ajena, turística, un
poco de comida y el calmo oleaje donde a veces se demora el último sol. El
mañana real son cenizas de casas y calles que todavía crepitan en su interior,
a miles de kilómetros.