De mi última estancia en Montblanc podría decir no pocas cosas: hablaría del entusiasmo de l'Associacio per Montblanc i la Conca en la organización de actos culturales de todo tipo (se hablaba de Arnau de Vilanova, pero el Consell regulador de la DO Conca de Barberà me coló para que hablara de cómo veo yo al trepat...); hablaría de la persistencia del Consell regulador de la DO en hacer conocer los valores de las variedades autóctonas y en promocionar las bodegas llevadas por gente joven; hablaría, en fin, del entusiasmo del ayuntamiento y de su alcalde por llenar de contenidos y valor el patrimonio medieval de la ciudad, que es de una riqueza y calidad de conservación envidiables.
Pero prefiero concentrarme en otra realidad que, no por conocida, dejó de sorprenderme. En el mundo del que pago la hipoteca, expresiones como "incubadora de empresas", "spinn-offs", "vivero de empresas", son habituales y cruciales para promocionar la transferencia a la sociedad del conocimiento que se genera y para arropar, en sus primeras años de funcionamiento, las empresas que nuevos emprendedores generan. Que esto existiera en el mundo del vino, me era por completo desconocido. ¡Y existe! ¡Y en la Conca de Barberà ni más ni menos! Perdonad mi ignorancia porque desconozco si hay otros proyectos como éste en España, pero éste es el primero que conozco, y me encantó la idea. El Viver de celleristes de la Conca de Barberà nace para que gente joven pueda desarrollar su actividad empresarial enológica con un mínimo de riesgos. Se comparten instalaciones, maquinaria y espacios, se facilita el asesoramiento burocrático necesario para la primera andadura y se permite que, a lo largo de cinco años, la naciente bodega se consolide, con vinos y marca, en el mercado.
No me negaréis que la cosa es emocionante y llena de esperanza para el futuro de la DO. Durante la segunda edición de la Fira de Sant Martí, en Montblanc, en la preciosa, desamortizada y remozada ex-iglesia de Sant Francesc, tuve la oportunidad de conocer muchos productos de la zona y, sobre todo, de conocer algunas de las bodegas viveristas. Para mi sorpresa, incluso tenía amigos entre los jóvenes emprendedores...No pude probarlo todo porque la gente iba incorporándose poco a poco y mi tiempo no era mucho, pero de lo que pude tomar con calma me gustó mucho el trabajo de Carlania Celler. Se trata de viñas certificadas como de cultivo ecológico, de las que probé su rosado de trepat, muy suave y fresco, con fresitas que te alejan de la gominola y te acercan al corazón del bosque. Su blanco 2008 de macabeo y trepat (vinificado en blanco, 20% del ensamblaje) me pareció un gran acierto, casi un camino a seguir: flor blanca, corteza de limón, paso fresco y ligero en boca con cierto aire de hierba húmeda. Aunque no vea su ficha en la web, me gustó mucho el blanco del Molí dels Capellans, un acertado ensamblaje de parellada y moscatel de grano menudo, fragante, cautivador, justamente alegre. Los dos tintos que, ese día, me parecieron en mejor momento, fueron los de Gatzaravins, Gatzara 2008, un ensamblaje de merlot, ull de llebre y trepat que no conoce la madera y que te llena el paladar de fruta fresca, con cierta untuosidad de la merlot. Lo comentamos con Ton Castellà, que lo tiene ya claro: menos merlot y más trepat y ull de llebre lanzarán este vino a las estrellas, muy pronto. El monovarietal de tempranillo de Guspí 2008 me pareció otro de los aciertos de estos emprendedores del vino. Un vino recio, con una gran expresión de la tierra, sin concesiones y taninos algo rústicos. Un buen vino. Sólo puedo desearles, desde la modestia de la oscuridad, ¡que la suerte, la luz y la fuerza les acompañen! Estaremos atentos a sus evoluciones. Merece la pena.