Revista Literatura

Viviendo del aire

Publicado el 18 agosto 2013 por Xabelg

Viviendo del aire
No tenía televisor, pero tampoco lo quería, no le hacía ninguna falta. Vivía en el ático de un edificio de unos cuarenta años de antiguedad, que, a pesar de todo, se conservaba bien. El ático era pequeño, pero se adaptaba perfectamente a sus necesidades. Además, de la principal, contaba con una puerta trasera con acceso a una escalera de incendios, que por la disposición de la vivienda, solo era visible desde el interior, lo que le venía muy bien. El alquiler no era demasiado alto, todo lo contrario, estaba muy bien de precio, o lo estaría... cuando decidiese pagarlo, si es que lo hacía.
Fermin era pintor y dibujante, un artista, lo que para algunos era un equivalente a ser un aspirante a indigente. Ya había conseguido montar un par de pequeñas exposiciones, e incluso había vendido algunas de sus obras, aunque aún no había sacado mucho, aunque empezaba a ser conocido en ciertos círculos como un competente artista gráfico, aunque todavía no era demasiado conocido. Al menos lograba vivir de sus creaciones, a veces mejor, a veces peor y no se veía obligado a trabajar en ninguna fábrica. Aunque no estuviera ya en plantilla de una editorial grande, trabajaba como externo en varias, lo que le satisfacía más.
Era alrededor de las doce y media de la noche, dejó de trabajar. A modo de autopremio, por haber acabado el encargo antes  de que expirase el plazo de entrega, se sirvió un vaso de whisky, y se puso a liar lentamente un cigarrillo, echando de menos algún ingrediente que echar al tabaco. Fumaba mirando al humo volar, y salir como por voluntad propia por la abierta ventana, mientras se fundía con la calurosa noche de verano.
Cuando acabó, se terminó lo que quedaba del vaso de un sólo trago, y tiró la colilla dentro de una lata vacía de cerveza, que le servía de cenicero provisional. Se iba a la cama, quizá a dormir, o quizá no, todo podía ser. Pero para llegar a la cama debía sortear la pila de papeles, revistas, y libros que tenía apilados en el suelo de la diminuta habitación.
A la mañana siguiente, cuando se despertó, sin hora fija como siempre, se fue andando con toda tranquilidad hacia la oficina de la editorial, que, afortunadamente, no caía muy lejos. De camino, como había tiempo, paró a tomar un café para acabar de despertar. Allí en la barra se encontró con un amigo, de la misma profesión, que tras mucho luchar, por fin había dado el salto, y pronto iría al extranjero a trabajar con una de las más grandes empresas de la industria. Se saludaron, y se pusieron un poco al día sobre sus vidas:
-Bueno, Néstor, cuando te vas para allá?
-De aquí en un mes, Fermín, estoy hecho un flan.
-Por qué? Si ahora es tu momento, cuando por fin empiezas a despegar.
-Ya, pero... es la primera vez que me voy fuera de aquí, tan lejos... a los estados unidos, que se dice pronto. Y es que allí no conozco a casi nadie...
-Bah, tu tranquilo, hombre, ya verás como en poco tiempo te haces a ello.
-Espero que si. Esto... me vas a perdonar, pero... debo irme, tengo muchas cosas que preparar para eso, ya sabes...
-Si, ve tranquilo. Yo ahora iré a entregar unos trabajillos. Oye, te ocupas tu de los cafés,vale?
-Joder, ya tardabas en echarle morro, eh? Es que no cambias.- Rió Néstor
-Eh! que vas a disfrutar de fama y fortuna a partir de ahora, no seas así, que te gastas menos que un ciego en novelas.
-Tu dura jeta es una de las cosas que echaré de menos en la gran manzana.
Se despidieron afectuosamente. Fermin se alegraba sinceramente de la proyección internacional que tendría Néstor, aunque eso requería demasiado tensión, con unos férreos métodos de trabajo, completamente alejados de lo que era Fermín, al que no le gustaba que nadie programase su tiempo. El trabajaba cuando le venia en gana, no tenía horarios fijos para trabajar, ni comer, ni dormir, entre otras cosas.
Pensando en la nueva etapa profesional de Néstor, llegó a la editorial, y mientras esperaba a ser recibido, se entretuvo flirteando con Marta, la chica de recepción. Era bajita, morena, con gafas, como le gustaba a él. Aunque a él le gustaban todas, no tenía preferencias. Pero Marta le pareció muy guapa y simpática, era la tercera o cuarta vez que hablaba con ella, y ya le había dado su teléfono, para lo que el necesitara.
Marta resultó ser una admiradora de su obra, que el se ofreció a enseñarle en su casa. Ofrecimiento que no tuvo que repetir dos veces. La recibió esa noche en su casa, y ella se quedó extasiada tanto ante las láminas que tenía terminadas, como con los bocetos que tenía inacabados, aunque tras unas copas, no se limitó a enseñarle exclusivamente sus atributos artísticos. Aquella fue una noche divertida, una noche en la que Fermín no utilizó sus instrumentos de dibujo precisamente, aunque Marta estaba igualmente encantada.

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