Revista Talentos
Viviendo en tiempos del divorcio exprés
Publicado el 22 mayo 2014 por PerropukaDefinitivamente, la familia como núcleo de la sociedad va camino a la extinción o por lo menos atraviesa una crisis crónica. Demasiadas señales que oscurecen el panorama, demasiados datos estadísticos que amenazan derrumbar esta, cada vez más frágil, institución. Pasmado me quedo cada día al saber que algún joven matrimonio se acaba de desintegrar, hasta en parejas novios de toda la vida, curiosamente. Y hablo de gente que conozco. Cada vez que me topo con alguien después de bastante tiempo, si pregunto qué ha sido de su mujer o marido, según el caso, tengo la sensación de estar cometiendo una impertinencia, como si fuera una obligación estar al tanto del estado civil de las personas. Tal parece que mentar el nombre de su pareja molesta a veces a los interlocutores. Por no estar actualizado, con frecuencia prefiero callarme y eludir el espinoso asunto. Los divorcios están a la orden del día, saturando los Juzgados de Familia. Una epidemia generalizada que no la para nadie. Una de las consecuencias desagradables de la vida moderna, se repite hasta el hartazgo en cualquier foro. Un estudio reciente de organismos pertinentes reveló que en Bolivia se registra un promedio de 16 divorcios cada día. Sólo en el departamento de Cochabamba, por cada 100 bodas que se celebran, se presentan 80 solicitudes de divorcio en el mismo lapso, de acuerdo a datos del Servicio de Registro Cívico. Prácticamente, el 50 % de los casamientos termina en divorcio en pocos años. Serán innumerables los motivos que por sí solos alimentarían páginas y páginas de estudios sociológicos. Entre tanta paja, a mí sólo me preocupa la suerte de la prole. Los niños pequeños son los grandes perjudicados de toda esta vorágine de matrimonios malogrados.
Provoca pena la superficialidad, por no decir frivolidad, con que los jóvenes de hoy asumen el matrimonio. Al menor conflicto o desencuentro ya están solicitando la separación antes que la conciliación. Como si el cónyuge fuera un producto desechable. Es notorio cómo han aumentado los anuncios de abogados especializados en la materia, que prometen procesos más sencillos que sacarse el carnet de conducir. La problemática se ha convertido en un suculento producto de marketing legal, que a la manera de los combos de comida chatarra se oferta un “divorcio fácil”, sin tener que pisar ni un día el juzgado ni verle la cara al otro cónyuge y, entre otras ventajas adicionales, “seguir el proceso desde la comodidad de su oficina u hogar”, según se promociona un bufete de abogados local vía internet. En los periódicos se observa la misma tónica. Hasta los grupos de música mariachi y tropical se han adaptado a las circunstancias ofreciendo amenizar bodas, cumpleaños y divorcios. Y no es broma: es lamentable, pero estrenar la faceta de reciente divorciado se ha convertido en motivo de celebración, con farra incluida.
Los tiempos en que un rompimiento conyugal era motivo de dolor, reflexión y drama familiar ya son historia. Da lo mismo que los hijos tengan que peregrinar por riguroso turno entre los domicilios de ambos padres. A nadie parece importarle el futuro posiblemente traumático de la descendencia. Así las cosas, casarse, separarse y encontrar otra pareja a la vuelta de la esquina resulta como cambiarse de traje. Como si nada. Aquello de jurarse amor eterno en el altar suena a lema obsoleto, a un chiste de mal gusto. Allá por aquellos años cuando cursaba la universidad se me ocurrió definir el amor como un “proceso de intercambio de servicios, que rápidamente de un intercambio de fluidos pasa a un canje de insultos y reproches mutuos” y además añadía como corolario algo irónico que “puede castigarse con pena de años de matrimonio”. Ahora ya no estoy seguro con respecto a lo segundo.
Ante la avalancha de separaciones, el gobierno ha promulgado recientemente una ley que faculta a los notarios la disolución del matrimonio por vía rápida, sin tener que acudir al juez y todo su engorroso trámite. Ahora basta con un consentimiento mutuo y siempre y cuando no existan hijos nacidos durante el matrimonio, amén de otros requisitos menores. Por un lado puede que sea una medida efectiva pero por el otro fomenta seguir incurriendo en esa cultura de la frivolidad y fecha de caducidad de las uniones conyugales. No faltará alguna persona que quiera divorciarse hasta por una simple discusión.
Como seguimos viviendo en una sociedad patriarcal, es frecuente que en alguna reunión familiar los primos mayores o tíos insistan con las bromitas acerca de la larga soltería de algunos de los sobrinos, entre los cuales me incluyo. Ya has pasado de los treinta y te miran con cara de preocupación, hasta con cierta condescendencia. Si no te has casado todavía hueles a fracasado. Si lo has hecho, has dado un paso vital, has madurado y has quedado bien con la familia, aunque en un par de años tu matrimonio haya fracasado. Al menos tres de mis primos, menores que yo, se han divorciado al poco tiempo. Varios de mis amigos han pasado por lo mismo. Con tantos ejemplos aleccionadores no vale la pena apostar por esta ruleta rusa. Si al menos existiera algún seguro contra divorcios, porque, a ver: ¿quién me devuelve el tiempo perdido en los ensayos del vals…y sobre todo, los ahorros invertidos en una fiesta, que encima la disfrutan a cabalidad los amigos y uno apenas se entera, más preocupado por la luna de miel que otra cosa? Casarse o no casarse, he ahí el dilema. Para tener hijos rebotando como pelotas, mejor quedarse solo y hacerle un favor al mundo, al no seguir irresponsablemente llenándolo.