Hay veces que tengo la sensación de que buena parte de mi vida ha transcurrido en un trastero. Y no me refiero a esas ocasiones alocadas en las que dices “voy a buscar una raqueta al trastero, vuelvo en cinco minutos”…y regresas cinco horas después cubierto de mierda hasta las cejas, con una docena de trastos que no te acordabas que habías escondido en el trastero...y sin la raqueta.
Me refiero a la sensación de estar siempre rodeado de trastos que no te conciernen para nada. En mi caso empezó desde niño. Mi habitación no era muy grande, pero claro, yo tampoco lo era. Lo malo era cuando la cama estaba desplegada y para abrir el armario tenías que sacar una silla al pasillo. Al principio te parece normal, pero cuando vas tomando uso de razón te das cuenta de que en tu habitación hay alguna cosa que no debería estar ahí.
Para empezar, un día te fijas, y ves que ese enorme mostrenco que ocupa media habitación no es el monolito de odisea en el espacio, si no una máquina de coser a la que debes guardar reverencial respeto, como si fuera un Buda de oro. Ni se te ocurra tocarla, dejar una huella, rozarla, vamos que te das cuenta que Cyrano de Bergerac cuando recitaba lo de “Que ni el viento la roce, ni mirarla; que de largo pase el tiempo, por si acaso quisiera alcanzarla...” se lo decía a la máquina de coser de mi madre.
Pero no acaba la cosa, también te das cuenta de que la variopinta decoración de la habitación no es fruto de un interiorista. Lo que hay detrás de la puerta no es una reivindicación warholiana de la repartición de tareas domésticas, no: es una tabla de planchar. Las tres sillas que tienes, colocadas por un maestro del tetris, son las supervivientes del salón-comedor de la bisabuela. Eso sí, el aspirador no está a la vista para evitar que te pongas a hacer pesas con él, está escondido en el armario, en el que hay de todo; incluso ropa tuya, que comparte espacio con abrigos que huelen a Walt Disney (qué duda Walt Disney olerá a antipolillas o a barrita de merluza congelada?), una caja de herramientas que a juzgar por el tamaño es la que se usó para ensamblar parte del Arca de Noé, cajas en cuyo interior hay "ni se te ocurra abrirla" y una maleta verde destartalada que en cuanto la miras dos veces piensas es una indirecta para que me largue de casa...
En tu inocente ignorancia crees que eso es debido a problemas de espacio, y que claro como tus padres tienen bastante confianza contigo, pues…tampoco te molesta tanto hacerles ese pequeño favor y de paso aprender contorsionismo.
Pero las cosas no mejoran cuando vas de visita a casa de otros familiares. A la que te descuidabas oías decir “No pasa nada, el niño que duerma ahí…” ¿Ahí? ¿En esa habitación? ¿Custodiado por un zorro disecado, un perro de porcelana más grande que yo, una docena de muñecas que harían huir despavorido al muñeco diabólico y con más plantas que un documental de podología? Pues sí ahí! Al principio estás acojonado pero en cuanto ves que hay una tabla de planchar detrás de la puerta y una máquina de coser al fondo ya te quedas más tranquilo y las únicas preocupaciones que tienes al dormir es no ser aplastado por la montaña de abrigos con los que compartes cama y respirar más fuerte que las plantas.
Pero por fin creces y como ya no cabes en la habitación te vas a un piso alquilado para compartirlo con un montón de gente que tiene una habilidad especial para pillarte desnudo en tu habitación, en el baño, en el pasillo, en la cocina, en las escaleras con dos amigas…bueno, eso es otra “trastada” diferente.
Y en tu habitación de piso compartido te crees suficientemente seguro como para que nadie te coloque una máquina de coser; y lo consigues…a medias, porque detrás del armario la casera te ha puesto un colchón viejo y un somier a juego. Y unas sillas de mimbre que te hacen dudar de si lo que está torcido es el suelo de la habitación o las patas de la silla. Y claro no te queda más remedio que poner tú mismo una tabla de planchar detrás de la puerta y de paso cuando ligas puedes hacer creer que sabes qué hay que hacer con la ropa cuando la sacas de la lavadora.
Lo malo es cuando entra la casera sin avisar en la habitación con una máquina de escribir enorme "Es de mi nieto, y como tú tienes ordenador, he deducido que no te importaría que la dejara por aquí, como también tiene teclas..." Y te obliga a responderle "Ya, y como tengo granos, porqué no deduce que me apetece que me inviten a un arroz con bogavante?? Y deje de mirar degenerada que estoy en pelotas!"
Un día entró en mi habitación una experta en Feng Shui (una técnica que consiste en ordenar los muebles y los objetos de forma que no se puedan usar, para que te de miedo tocarlos...y luego te dicen que el Feng Shui da orden y armonía...normal acojona cambiar de sitio hasta el mando a distancia de la TV, así que la gente se va a vivir a otro sitio)…la muchacha cuando vio la de cacharros que había...intentó suicidarse, aunque la duda es si era por los trastos que había en la habitación o por haberme pillado en pelotas…el caso es que la agarré para que no se tirara por la ventana y en el forcejeo… al final terminamos dándonos unos masajes estupendos en el Ying Yang.
Ya llega un momento que te acostumbras y sabes que cuando vas de viaje con un grupo de amigos, no te va a tocar compartir espacio en el coche ni con la fea, ni cola guapa, ni con la charlatana, ni con la muda. Sabes que a tu lado tendrás una maleta, y con un poco de suerte unos bastones de esquiar.
En la oficina la cosa no mejora, como eres el más nuevo te ponen en un rincón y como eres el más pringado te entierran en montañas de papeles. Y cuando preguntas "esta documentación es para mi?" te contestan "no, es que no sabíamos dónde ponerla, y como la impresora que tienes en la mesa no funciona, pues ...". Pero lo más molesto no es que te pongan el perchero y tengas que escribir con un abrigo encima de la chepa, lo peor es cuando aparece una máquina de café al lado del perchero...y encima estropeada!
Llega un día en el que al final consigues engañar al banco para que te den una hipoteca, aunque últimamente estoy sospechando que el que me engañó fue el banco a mi, y tu mujer se dedica a decorar la casa con una legión de precisos “pongos”, cuadros…la cosa esa que se pone delante de la venta ¡cortinas!, y antes de que ocupe todas las habitaciones te adelantas “En esta habitación voy a poner mi despacho!” “¿El ordenador?”, te dice ella, “Pues sí el ordenador…” y te envalentonas y dices “Y la voy a decorar yo…minimalista!”, que no tienes ni idea de lo que es pero significa que no hay muebles y eso es lo que quieres: una mesa, una silla, el ordenador y ningún trasto más.
Y como eres el hombre de la casa crees que en esa habitación estás a salvo de trastos…pero poco a poco va apareciendo tu mujer y te dice…
- ¿No te importa que ponga aquí la tabla de la plancha, verdad?
- Es que este armario está mejor aquí que en lavadero me estorba…
- La butaca de la abuela te quedaría monísima. Qué narices, si la abuela era fea, la butaca es horrenda…y respondes “oye que esto trataba de ser minimalista” y ella te tumba con “pues ahora es ecléctico”, que no sé muy bien que significa pero debe de ser “trastero” en griego
- Los perros están encantados contigo, así que ahí te dejo el camastro…y el cesto con los juguetes…y los perros
- La televisión vieja no la bajes al trastero que van a venir a por ella. Y accedes, hasta que terminas por convencerte que los que vienen a buscarlo son los que hacen la ruta de la seda en camello.
- El saco de patatas no le puede dar la luz porque se ponen verdes. “Pero si aquí hay más luz!!”... y encima te baja la persiana.
- Anda si aquí hay un enchufe, pues te dejo la escoba eléctrica. Y es cuando te acuerdas de la madre que parió a Edison, a Marconi, a Bill Gates y a Iron man, que si no fue el que inventó la tabla de planchar le debió de faltar diez minutos.
Te largas asqueado y como ya no hay enchufes en los que poner una lámpara y la persiana está bajada, te tropiezas con la caja de herramientas que están en todo el medio, y te desmorras contra la pared…Entonces tu mujer te echa la bronca por estropear la pared y por tener “el despacho lleno de trastos”…Y te resignas a que tu vida tiene que transcurrir en mitad de un trastero.
Ahora voy ir al cosetodo de la esquina para que me suban el bajo de unos pantalones, espero que no haya una tabla de planchar, y me enrosque a dormir encima de un alfiletero.