Si algo llamaba mi atención a corta edad es que las obras clásicas de autores extranjeros tenían un lenguaje más claro que las de los autores de enjudia españoles. Parece que un texto era (¿es?) literatura española si se enrevesa el mensaje hasta que mates al lector de aburrimiento, completamente perdido en un idioma tan útil como leer texto cuneiforme (para quien no sepa, que es la mayoría).
Lo siguiente que llamó mi atención fueron los consejos. Esos consejos de las buenas intenciones. El primero, que acudiera a unas lecturas informales que se celebraban de vez en cuando en un local del centro. A que me vieran.
Este es el consejo que recibí tras los primeros 150 y pico poemas, unos 50 bien trabajados, pasados a máquina de escribir, con sus grapas y su portada. Nada de leernos, para qué. A que te vean. A que te vea Mª Victoria Atencia -cuando no sonaba tan ridículo el "poetisa"- que va de vez en cuando.
Ni puto caso. La conocí después, 19 años después, para ser exactos.
El segundo consejo: pues matricúlate en esta carrera. No hacían falta ni la crisis ni el plan Bolonia para saber que esos estudios iban hacia ninguna parte; pero el objetivo es que Chantal Maillard (poeta) habría sido mi profesora durante un par de años. Para que me viera, también (!). Incomprensible noción de escritor la que tienen algunos, ser amigo de. Para perseguirla y preguntarle cómo hacer que una editorial te fiche, lo que hubiera hecho.
Ni puto caso tampoco. Pero no hubiera sido mala idea, porque el Periodismo, por supuesto, tampoco asegura una columna diaria en una publicación, ni crónicas semanales, ni nada.
En la primera década de la vida empecé a escribir mientras vivía, esperando el momento de que alguien lo leyera.
En la segunda década seguí escribiendo, puse unos siete puntos finales, o 20, o 500, y como todavía había que esperar al futuro porque de eso no se vive, los repartí por tres millones de concursos literarios.
En la tercera década intenté dejarlo, pero entonces descubrí al unísono que ya tenía una cosa publicada en un libro, un poema plagiado bajo el nombre de otro autor, que ofició en su momento de jurado en uno de esos millones de cértamenes en los que perdí la cuenta. Y descubrí también que no me quedaba otra cosa, que la vida no iba a llegar nunca, que hasta rechazaron la candidatura para un empleo de vendedora de libros en FNAC por tener poco más de 30 años. Eso es lo único que no puedo controlar, los años van.
Y que ya estaba bien de sentirse culpable por pasar tantas horas de insomnio en una tarea que no iba a ninguna parte (útil) para pagar las facturas del día siguiente. Y que no es útil porque otros han dicho que no es útil, que hay que esperar (¿a qué?) y después ya no, después hay que ser joven.
Buscadlas. Nada es frío, nada es distante, nada es lo que parece.