Revista Literatura

Vivir las anomalías: propósito de 2016

Publicado el 15 enero 2016 por Sara M. Bernard @saramber
Vivir las anomalías: propósito de 2016Para 2016 sólo tengo un propósito. Único y sencillo. Qué agradable es simplificar las cosas, dejando nada más las que utilizas realmente y limpiando aquellas que ocupan demasiado. Quizá deberías hacer lo mismo.
Este objetivo es sentarse a tomar café con la anomalía vital, en vez de tirarle piedras. Entiéndase anomalía como aquello que se sale de la media estadística, de las convenciones sociales en este caso. Mientras todos los argumentos de crecimiento personal se asientan en un sobado "salir de la zona de confort" para crecer, el objetivo que planteo es, irónicamente, lo contrario: hallar por fin esa zona e instalarme, porque el largo recorrido hasta ahora no ha sido más que pelea a sangre y fuego por la  inmersión en una zona de incomodidad perpetua.
La madurez sigue siendo una falacia, preñada de estándares fijos y modelos explicativos con los que nunca he estado de acuerdo. Madurez que engloba todo ese convencionalismo alrededor del sentido y desarrollo de la vida humana, búsqueda de un significado, crisis de existencia. Lo que va en cada edad del hombre. Aunque se haya acelerado el mundo y la convención social sea la juventud, y las crisis existenciales ya son a los 30 años y a esa edad eres un vejestorio, siguen estando la de los 40 años y la crisis de los 60. Las de toda la vida.
Qué edad adulta puedo defender si desde los 11 años (desde que las hormonas empezaron a girar, aprox.) ya estaba con las preguntas existenciales. Sobre la raza humana al completo, sobre las variables culturales, lingüísticas y religiosas, devenires de la historia, sobre los hechos del pasado (mi único pasado disponible) y lo más estresante: sobre uno mismo y la posición en el planeta. A los 40 o a los 60 años tienes acciones a tus espaldas y vivencias suficientes para analizar, algo donde aferrarte; qué pensabas que iba a ocurrir y lo que ha ocurrido, al cabo. Pero a una edad tan temprana, sólo con una década de vivencias o tres décadas de adelanto según se mire, nada más existe análisis de futuro, constante vida a medio hacer, la inseguridad como marca de la casa porque no hay modelos mayoritarios que te expliquen de dónde proceden todas esas ideas, sin haberlas leído antes de nadie. Ser platónico en un mundo aristotélico.
A duras penas he encontrado pares durante mi vida con los que compartir otra visión de las cosas y que no cayeran, a su vez, en el mismo convencionalismo estereotipado que encierra el concepto "vida alternativa". Desencantada de un lado y del otro, un pie aquí y otro allá, sin ser por completo de ninguno de las dos. Esta es mi anomalía, precisamente: mi zona de confort no aceptada es el Umbral de la puerta. Y el deseo de comunicar la extrañeza a través de las herramientas disponibles (música, dibujo, danza, teatro y por último, la escritura omnipresente) es lo que está detrás de 20 años con lo mismo. 25 años, para ser exactos, descuento los 5 en que bajé la intensidad e incluso dejé de escribir por unos meses.
La capacidad de observación que otorga situarse en el Umbral es algo caótico, unas agujas deshilachadas que se clavan aquí y allá. Como desenvolverse en un entorno de clase media-alta, adquirido por herencia a través del intelecto y el esfuerzo de la humilde generación previa, y descubrir que en la mía las mentes no se desarrollan con el dinero, aunque el dinero pueda comprar muchos libros; ni da amplitud de miras ni nada que no esté ya de serie. Y aún con el agradecimiento y el buen uso de la situación de partida, por mis propios medios he recorrido el camino inverso: dificultades para rozar, incluso, la clase obrera. A pesar del mismo esfuerzo. Todos esos otros hijos de la clase media, compañeros del entorno vital, siguen en ella. También, en una mayoría estadística, y aunque estemos en el siglo XXI, con la ayuda de matrimonios ventajosos y dos sueldos en casa. En esa generación, a la edad que todos los demás han comenzado a tener sus primeros hijos, yo me he separado para quedar a la deriva y hacer lo que quiera.
Al igual que del trabajo tampoco me gusta hablar, aunque parezca lo contrario. Tanto parloteo sobre el tema siempre es un subterfugio para hablar de la anomalía. Los tipos de trabajo que apuntan al umbral. Sin saber cómo, me dan tregua en puestos donde sólo hay jóvenes estudiantes que viven con los padres o señoras mayores de 50 con su marido que sí tiene un trabajo de verdad.
Pues mi madre (56 años) también la han seleccionado de promotora para tu marca en otra localidad, me dijo un compañero el otro día.
No sé cuánto durará esa tregua intermedia. Ni me importa: ahora estamos con la taza de café.

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