Cuando mi madre vio mi cara al salir del túnel de su cuerpo me dio de bruces contra el suelo del susto. Si hubiese tenido narices, me las hubiese dejado en aquel momento.
Según fui creciendo la cosa se complicó aún más, me veía obligado a pegar mi cara a todo para poder olfatear y claro esto no gustaba nada, producía un inmediato rechazo en todos los que me rodeaban. No fui un niño feliz, creo que ni siquiera fui un niño. Me sentía como un pequeño perrillo faldero al que sus dueños sólo obsequiaban con patadas.Otro gran problema se me presentó cuando el oftalmólogo me recomendó ponerme lentes para corregir la miopía. No había manera de que aquellas malditas gafas se quedasen sujetas a mi cara. Tuve que pegarlas con cinta aislante negra, todo un cuadro. A pesar de mis dificultades no vivía amargado y no ocultaba al mundo mi falta de apéndice nasal, yo era así, desnarigado…Si a la gente con narices, le hace falta echar un par para afrontar la vida, poneos en mi lugar…A mi me sobran narices.
Texto: Rosa MartÍnez Famelgo
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